El dolor en mi pecho se acrecentaba. La ansiedad volvía a
invadirme y todos aquellos pensamientos oscuros hacían eco en mis pensamientos
de nuevo. No podía dejar de ver las fotos que me había brindado el investigador
privado. ¿Realmente lo estaba haciendo? Miraba incrédulo cada una de las
imágenes. No cabía duda de que era ella… Bajo el brazo de otro hombre. Después
de tanto tiempo creyendo que era el único, descubro que no es así. ¿Por qué el
investigador privado? Porque en los últimos dos meses estaba viendo como
menguaba su interés por mí, por hacer todas las cosas que hacíamos antes, todos
esos planes que tanto le encantaban. Ya no quedaba conmigo, no me besaba igual
ni tan seguido como en las primeras citas. No notaba su deseo lujurioso hacia
mí, todo era distancia. Eso y que había estado empezando a quedar más asiduamente
con un amigo suyo del instituto. El problema ya no era sólo lo distante y fría
que se estaba volviendo conmigo, sino la falta de interés por su parte en mí.
Ya no me mandaba mensajes preguntando que cómo estaba, ni tan siquiera para
saludarme. Me pasaba noches enteras contemplando el móvil esperando su
respuesta a mis mensajes, que no eran muchos, pero tardaban días en ser
respondidos. Y con pocas palabras, para ser más concreto. Ese típico “jaja bien
y tú?” que te responden a un mensaje casi que poético. A eso, hay que sumarle
mis inseguridades con respecto a mí mismo y en el ámbito amoroso que, tras
muchas malas experiencias, ya voy con la mentalidad de que todo va a salir terriblemente
mal y que voy a sufrir si intento avanzar o tratar de empezar otra relación.
Todo iba de culo y sin frenos. Todo. Pero ya las fotos fue la gota que colmó el
vaso. Aún con la vista acuosa y entre sollozos, me levanté de la silla del
comedor y me dirigí a mi habitación, rebuscando en mi cajón de ropa en busca de
la 9mm. Todo esto ha tirado por la borda el tratamiento y la terapia que estaba
teniendo con mi psicólogo. Me atiborré de pastillas antidepresivas, cargué el
arma tras encontrarla y salí a la calle en busca de una solución rápida.
Mientras salía del piso, marqué su número para ver si me respondía, pero sin
resultado.
-Esto va a acabar hoy, Carla -dije para mí mismo entrando en
el ascensor mientras guardaba la pistola en la chaqueta.
Tras salir del ascensor, salí a la calle y me puse rumbo a
la zona de los bares en los que solía frecuentar ella, que de seguro estaba
allí con su nuevo ligue. Intenté secarme un poco la cara con las mangas de la
chaqueta, pero como era de cuero, complicado estaba el asunto. Un olor a
humedad en el ambiente me daba pistas a que iba a empezar a llover en breve, y
así fue. Parecía que el universo estaba dispuesto a dramatizar aún más mi
situación y lo que iba a acontecer. Sin paraguas ni nada con lo que cubrirme,
aceleré un poco el paso bajo la que comenzaba a ser una intensa lluvia. Había
cogido una de las fotos de antes y le había escrito un “hasta siempre” en la
parte de adelante. A medida que iba caminando, iba notando como el atiborre de
pastillas empezaba a hacer efecto, dificultándome un poco la respiración y
dándome una tos leve con algún que otro mareo. Por suerte para mí, tras girar
la esquina vi su coche aparcado enfrente de un bar. Había un par de conocidos
por fuera que me vieron, lo cual hizo más difícil la situación. Me paré al lado
del coche y saqué la fotografía mientras uno de ellos se acercaba. El bueno de
Diego. Cantautor y escritor novato.
- ¡Hey, Héctor! ¿Qué haces sin paraguas, tolete? ¡Vente para
acá, que te vas a poner malo como una perra! -El acento canario de Diego captó
mi atención y giré levemente la cabeza hacia él, negando con la cabeza.
-Hoy no, Diego. Hoy es un mal día -dije enganchando la foto
en el limpiaparabrisas del coche mientras el hombre llegaba hasta mí.
- ¿Qué te pasa, jefe? -miró la foto que acababa de colocar-.
Pero qué… ¿Esa es Carla? -sacudió la cabeza rápidamente, confuso, y volvió a
mirar la foto-. ¿Le está comiendo la boca al Pedro?
-Ya ves, tío. Y se ve que no es la primera vez. Tengo más
como esta…
-Ehm, joder, yo… - ¿Qué se podía decir en una situación como
esa? -. Estarás en la mierda, me supongo…
- ¿Tú qué crees? Lo único por lo que merecía la pena estar
vivo resulta que ahora es el motivo por el cual deseo estar muerto.
-Bueno, flaco. Tampoco te pongas así… Pasa de esa tipa y
entra a echarte unos cubatitas. Las penas y neuronas se matan con alcohol.
-En serio, Diego. Hoy sólo quiero descansar. Cerrar los ojos
y esperar que todo esto sea un mal sueño, una pesadilla -me llevé las manos al
bolsillo de la pistola y, cuando fui a sacarla, una voz femenina me hizo parar
en seco.
- ¿Hector? -dijo la voz de Carla, tartamudeando-. ¿Qué estás
haciendo aquí? ¿Qué haces en mi coche?
Me giré y allí estaba, con su amigo bajo su paraguas. Al
observarles, vi como ella se soltó rápidamente de su abrazo, tratando de disimular.
Le miré a él y no sabía dónde meterse. Comencé a caminar lentamente hacia el frente
del capó bajo la lluvia, sin decir nada. Me senté sobre el capó y giré la
cabeza, señalando con la mano derecha el parabrisas mientras que con la otra sacaba
el arma. Sólo Diego vio el arma y se echó un poco para atrás, asustado.
-Baja eso, cabrón. ¿De dónde coño la has sacado? -dijo
alzando los brazos hacia delante, como haciendo gestos para que me calmase.
Vi como Carla, con la mirada confusa y algo asustada, miraba
al parabrisas, enfocando la fotografía. Tras decir un “mierda” en voz alta, se
giró hacia mí, contemplando como alzaba la pistola. Pero antes de que pudiesen
decir nada, mandé a callar en voz alta a todos.
-Después de todo lo que hice por ti, después de todo lo que
luché por lo nuestro, vas y te cepillas a otro. Está bien eso. Pues que sepas,
que esto no volverá a pasar. No pienso dejar que me hagas más daño del que ya
me has hecho. Ni tú ni el capullo de tu amiguito. Esto termina aquí y ahora.
Sin decir nada más, me levanté del capó, poniéndome de lado
frente al coche con la pistola alzada. Noté como la mirada de todos los que
estaban frente al bar de clavaban en mí. Y cuando todos pensaban que iba a apuntarla
a ella, recoloqué mi mano, apuntándome a la cien con el arma. En una fracción
de segundo, vi pasar mi vida por delante de mí. Todos los buenos y malos
momentos vividos. En un último suspiro, miré fijamente a Carla a los ojos y le
dije “hasta siempre”. Tras despedirme, apreté el gatillo del arma hasta
escuchar el estruendo.
Un sudor frío me recorrió el cuerpo al despertar de sobre golpe.
Taquicárdico, traté de ubicarme en el sitio. Estaba sentado en mi cama, en mi
viejo piso. Miré a mi alrededor y no había nadie más allí conmigo. Cogí el
móvil para ver la hora y este marcaba las cuatro y media de la mañana. Tras
desbloquearlo, entré en los mensajes y no tenía ningún chat con el nombre de “Carla”.
Hasta que, como si de una cámara oculta se tratase, me llega un mensaje de esa
persona.
“Perdona que te
moleste a estas horas, Héctor, pero sin saber por qué, he tenido una pesadilla
contigo y sólo quería saber si estabas bien. Te parecerá una tontería, pero respóndeme
cuando puedas. ¡Recuerda que mañana tenemos nuestra segunda cita! Jajajaja.
Besos!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario