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domingo, 15 de diciembre de 2019

La cena

El reloj marcaba las once y media de la noche. Menos mal que le había enviado un mensaje para que no me esperase despierta, que la pobre iba a tener también un día movidito en el estudio. Odiaba hacerle favores al jefe después del cierre, pero tenía que ganarme un pequeño extra para las fechas que se acercaban. En un par de días era navidad y tenía que conseguir el dinero para poder comprarle el detalle que tanto tiempo llevaba diciéndome que quería. Era una bobería según ella, pero sé que le haría ilusión que se la regalase, así que estaba dispuesto a hacer lo que fuese por conseguírselo. En un par de días me ingresaban la nómina y podría ir a aquella tienda a comprárselo. Me encanta ver su sonrisa cada vez que se ilusiona por algo, me devolvía la vida y la alegría en esos días de mierda en la oficina de trabajo intenso.  Era como un ángel, radiante y espléndida, perfecta. 

De camino a la estación de guaguas, paré por un kiosko para comprarle una tabletita de Toblerone, que sabía que le encantaba ese chocolate. Miré de nuevo el móvil para ver la hora. Las doce menos cuarto y mi línea se estaba retrasando. Abrí el whatsapp y le mandé un mensaje diciéndole que iba a tardar un poco por culpa de la maldita guagua, que si ya había cenado y todo, que se fuese a acostar. Trataría de hacer el menor ruido posible para no despertarla al llegar. Ella me respondió casi al instante diciéndome “Sí, cenada y duchada. Te dejo la luz de la cocina encendida, nos vemos después en el mundo de Morfeo. Te quiero!”. Bloqueé el móvil y suspiré, nervioso por el retraso del transporte. Hacía bastante frío en la estación de La Laguna, y a pesar de que llevaba puesto mi abrigo más calentito, el frío se colaba por cualquier hueco que encontrase y recorría el interior de la misma, dándome escalofríos. Tras una pequeña espera de diez minutos, apareció por fin mi línea y me subí. El cansancio podía conmigo. Sentía como los párpados empezaban a batallar por mantenerse abiertos y mi mente luchaba por no desconectarse, dejándome a merced de la guagua. Me senté al lado de la ventana, cerca de la puerta de salida. Apoyé la cabeza en el cristal mientras me ponía los auriculares para escuchar algo de música cuando me percaté de que afuera estaba empezando a llover. Y yo sin paraguas. El trayecto se me hizo eterno contemplando como las gotas de lluvia recorrían de lado a lado el cristal, mientras sonaba Sadic Smile a todo trapo en mi cabeza. Llegué a mi destino y, como si me persiguiese el propio Krampus, corrí hasta la puerta de mi casa empapándome de arriba abajo. Con cautela y cuidado, saqué las llaves del pantalón y entré intentando hacer el menor ruido posible. Cerré la puerta tras de mí y entré en la cocina lentamente, dejando las cosas sobre la mesa salvo el Toblerone. Me quité los zapatos y subí lentamente las escaleras hasta entrar a nuestro cuarto y allí estaba, acostada en la cama. Su rubia melena suelta, su camiseta recortada que tanto me gustaba vérsela puesta y con la manta tapándole hasta la cintura. Era preciosa la imagen. Me acerqué lentamente hasta ella colocándole el pelo detrás de la oreja, dándole un suave beso en la frente mientras dejaba el chocolate sobre su mesilla. La tapé un poco más porque la veía tiritando levemente y le volví a dar otro beso, pero esta vez en la mejilla. Con gran astucia logré esquivar sus tenis y la montaña de ropa sucia que había dejado en un lado de la habitación. Me acerqué a mi mesilla, cogí una muda de ropa interior y dirigí al baño con la intención de darme una buena ducha caliente. No quería ponerme malo después del chaparrón que me había caído encima. Cerré la puerta del baño y abrí el agua caliente de la ducha, comenzando a desvestirme. Me metí en la ducha y me solté el moño, dejando que mi larga y negra melena quedase liberada. El agua caliente caía y caía sobre mis hombros, ayudándome a relajarme y a calmarme un poco. Los nervios del día de hoy estaban por acabar conmigo. Demasiado estrés en la oficina, después lo de la guagua, la lluvia… Sólo quería acostarme en la cama, pegarme a ella y dormir plácidamente hasta mañana, que por fin sería fin de semana y no había que madrugar. Apoyado contra la pared de la ducha, me quedé absorto en mis pensamientos, dejando que el agua caliente siguiese cumpliendo su función, pero algo me sacó de aquellos pensamientos.

-¿Necesitas ayuda… Con el jabón, lobito mío? –una dulce y seductora voz llamó mi atención mientras notaba como unos brazos me rodeaban la cintura y me abrazaban después, haciéndome notar unos pechos en la espalda y unos besos en el cuello-. No te me vayas a acostar todo sucio… -¿La había despertado? Bueno, no es que me vaya a quejar por ello, que la posición me encantaba.
-No me vendría mal una ayudita, pequeña. ¿Me ayu…? –antes de terminar la frase, apoyó uno de sus dedos en mis labios, haciéndome callar.
-Yo me encargo, tú sólo… -Con su otra mano comenzó a acariciarme el pecho lentamente, bajando sutilmente hasta mi cintura- Relájate y disfruta…

Tras susurrarme esto último al oído, un enorme escalofrío me recorrió el cuerpo y se me erizaron todos los pelos del cuerpo. Terminó de bajar su mano hasta mi recién erecto pene, comenzando a masturbarme. Con la otra mano, y con una destreza que aún desconozco, abrió el bote del gel y empezó a frotarme por la misma zona. “Esto está muy sucio. Muy mal” me dijo antes de comenzar a masajearme con mayor intensidad. Pegó todo su cuerpo al mío y siguió “enjabonándome” un rato hasta que llegué al climax entre gemidos y agua caliente. Antes de eyacular, me giró en el sitio, haciéndome apuntar sobre sus pechos. Tras terminar, nos besamos intensamente y terminamos de ducharnos bien.

-Si te desperté, me alegra haberlo hecho –le dije mientras la sentaba sobre el lavamanos de mármol.
-Tranquilo, me estaba haciendo la dormida –sonrió acariciándome la barba y volviéndome a besar.

Era tal el éxtasis de placer que sentía en ese momento que aquello seguía erecto tras haber terminado. La miré a los ojos, me miré el pene y la volví a mirar, alzando mi ceja derecha lentamente. Ella se mordió el labio y me rodeó el cuello con sus brazos. Yo la besé y la cogí en peso, llevándola a la cama. Aún empapados, la tumbe lentamente y comencé a besarla por el cuello, dándole algún que otro mordisco en la zona que le gustaba. Ella gemía con cada mordisco, con cada caricia que le hacía en los pezones. Me acerqué a su oído y le susurré lascivo que aún no había cenado. Tras decirle esto, noté como su cuerpo se estremeció y le lamí la oreja lentamente, cosa que sabía que también la excitaba. Ella me agarró por el pelo y me dirigió lentamente hacia abajo. A cada centímetro que bajaba por su cuerpo, la besaba y mordía, deteniéndome entre sus piernas. Se las abrí lentamente y le mordí el interior del muslo con suavidad, volviendo a escuchar sus gemidos. Antes de bajar a donde ella quería que bajase, seguí besándole las piernas hasta llegar a los pies, dándoles un leve lametón. Eso a ella no sé, pero a mí me ponía muy burro. Y cuando por fin me coloco para cenarme a mi caperucita, me detiene y me da la vuelta en la cama, dejándome boca arriba. “Hoy me toca arriba” me dijo colocándose sobre mi cabeza abierta de piernas, desnuda. Se arrodilló sobre mí, mirándome lasciva y ansiosa: “No dejes nada en el plato, lobito”. Tras decir esto, terminó de colocarse, dejándome a la altura de la boca su entrepierna y sin pensarlo, obedecí la orden recibida. Comencé a jugar rápidamente con la lengua tanto por dentro como por fuera, masajeándole los pechos con las manos con firmeza. Notaba como ella movía lentamente la cadera, insinuando el movimiento y dejando escapar gemidos de placer. Ella con sus manos me agarraba fuerte del pelo y se agarraba en el cabezal de la cama. Sus piernas temblaban de vez en cuando y sus gemidos eran cada vez más intensos, aunque un tanto tímidos. Yo le agarraba con firmeza la cadera para profundizar más en el baile con la lengua, llegando a los puntos que la volvían loca y con la intensidad que le gustaba: rápida y con fuerza. Notaba como su respiración se agitaba y entrecortaba, gemía mi nombre cada vez más alto. De vez en cuando apretaba las piernas, cosa que me daba la señal de que estaba apunto de eyacular. Sin cesar en el ritmo, seguía lamiéndole e introduciéndole la lengua hasta donde podía. Cuando estaba empezando a notar cansancio en la boca, ella cerró con algo de fuerza las piernas, me agarró con ambas manos la melena y alzó un gemido al cielo, terminando en mi boca. Las piernas le temblaban mientras yo “no me dejaba nada en el plato”. Tras terminar, se tumbó sobre mí, rozando su entrepierna con la mía. Me besó intensa y fogosamente mientras se auto-penetraba lentamente con mi miembro. Notaba como sus piernas temblorosas no le dejaban moverse bien, así que le agarré por la cintura y volví a cambiar las posiciones, dejándola a ella debajo. Ella me rodeó con sus piernas y yo comencé a embestirla lentamente, pero entrando todo lo que podía. Le mordí el cuello con algo de fuerza y tras escuchar su gemido de placer, aumenté levemente la velocidad de las embestidas, apoyándome con una mano sobre la cama y con la otra le agarraba los pechos, masajeándoselos.  Tras un rato estando en esa posición, cambiamos a una que a mí me encantaba y me excitaba muchísimo: le cerré las piernas y coloqué sus pies en mi pecho, colocándome casi sobre ella, pero más reclinado. Le agarré con ambas manos las piernas, cerrándoselas con firmeza y comencé a embestirla con algo más de intensidad. Ella sabía que eso me excitaba y rió entre gemidos. 

-No puedo más –dijo entre gemidos, mirándome directamente a los ojos mientras se mordía el labio-. Vamos, lobo…

El cansancio también era algo notorio en mí, así que “salí” lentamente y me quedé de pie al lado de la cama. Tras mirarla y suspirar, ella se incorporó y se sentó al borde de la cama. Me miró a los ojos y trató de imitar mi levantamiento de ceja. Yo reí levemente aún entre gemidos y ella se acercó a mí, cogiéndome con una mano el pene e introduciéndoselo en la boca, comenzando a hacerme una felación mientras me masturbaba. Ella no era muy de practicar el sexo oral, pero tampoco le iba a decir que no. El bobo. Le agarré suavemente de la cabeza, insinuando el movimiento con la cadera. Ella clavó sus seductores ojos en los míos, mirándome fijamente con la ceja alzada mientras seguía con la felación. El placer que sentía era indescriptible. Tras unos minutos en esa posición, la miré avisándole de que iba a terminar. Ella terminó de lamerme y siguió masturbándome, esta vez con ambas manos y “apuntando” a su cara. Segundos después, tras soltar yo un gran gemido, ella apretó con fuerza mi miembro, haciéndome eyacular de nuevo sobre sus redondos y perfectos pechos. Entre gemidos los dos, nos besamos y fuimos de nuevo al baño para volver a limpiarnos. Entre risas y caricias volvimos a la cama aún agitados, pero satisfechos.

-Me encanta que seas tan pervertida, caperucita –le dije dándole un agarrón en una nalga mientras le daba un beso, metiéndome en la cama después.
-Lo sé. Te tengo dominado con mi sensualidad y erotismo, lobito –me dijo sonriéndome mientras correspondía al beso y se acostaba a mi lado, de nuevo vestida como antes.
-Y yo a ti con mi sensual ceja, querida… ¡No lo olvides! –reímos ambos y nos abrazamos en medio de la cama, dándonos calor-. Menos mal que mañana no hay que madrugar y podremos dormir hasta tarde –dije tras soltar un suspiro lento y prolongado.
-Que no, dice... Mañana vienen mis padres y los chicos del grupo a comer. A las diez y media te quiero en pie para limpiar y preparar la comida –me dijo besándome una vez más, riéndose antes de acurrucarse entre mis brazos-. Te quiero…
-Yo también te quiero, peque –respondí al beso y la abracé fuerte.

“Ay mecachis” fue lo último que pensé antes de quedarme dormido en aquella posición.