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miércoles, 19 de junio de 2013

"Siempre en medio"



                Estábamos llegando a nuestro destino cuando de repente noté que Alan se acercó a mi casco y me dijo: “Acelera, que me meo”. Aquellas palabras eran música para mis oídos, así que subí la marcha y aceleré a fondo, notando como el rugido de la Harley se hacía ensordecedor y potente, impulsándonos a gran velocidad por la larga y vacía avenida principal. Al fondo vi como el semáforo se puso en rojo y aminoré. No quería pagar más multas en lo que quedaba de mes. Tras pararnos en el semáforo, empecé a notar como la moto daba pequeños brinquitos. Miré a mí alrededor y me percaté de que la pierna de Alan no paraba de temblar. Me estaba poniendo de los nervios. Me estaban entrando ganas de mear a mí también.



-Como sigas así, vas a ir caminando –le dije mientras le puse la mano sobre la inquieta pierna para que parase con el maldito “tic”-. ¡Me pones de los nervios!

-Perdona Mike. ¡Pero es que me estoy meando!

-Pues hazte un nudo o piensa en otra cosa, pero deja ya el jodido tembleque.



                Tras sermonearle, alcé la vista al frente y vi la figura de una mujer, sentada en un banco y por lo que parecía, estaba llorando. Tras analizar dicha figura, me percaté de que era Anne. ¿Qué hacía sola a esas horas en la calle, y encima llorando? Le di unos golpes al casco de Alan y le hago señas para que mirase en dirección a nuestra amiga. Yo sabía que estaba así por mi culpa. Yo la amaba, y ella me amaba a mí, pero también amaba a Alan. Entre los tres tuvimos una fuerte discusión y nos peleamos. Pero al tiempo le expliqué a Alan lo que sentía por ella y lo aceptó, y me hizo entender que se sentía culpable por la situación. Aunque yo no entendí muy bien el porqué.



-Ve con ella... –le dije en un tono seco, casi obligándole.

-Pero Mike, tú...

-No importa, sabes perfectamente que te ama. Yo ya lo he superado... Estáis hechos el uno para el otro.

-Gracias, Mike. Eres un gran amigo...



                Eres un gran amigo. No sabía si alegrarme o llorar también, pero aquellas palabras me habían llegado al alma. ¿Realmente había superado el no poder ser correspondido? No creía que fuese cierto. Tiempo atrás estuve bastante enamorado de Anne. Era una chica lista, guapa y tenía un buen sentido del humor. Era una persona agradable. Pero empezó a salir con Alan, y fue ahí cuando me di cuenta de que no era para mí.



                Tras darme las gracias, se bajó corriendo de la moto y sin mirar si quiera si venían coches, cruzó la avenida hasta llegar a Anne mientras se quitaba el casco. Vi como lo miró con un rostro que mostraba confusión, pero se levantó cambiando mostrando una sonrisa, secándose las lágrimas que caían por su rostro. Me quité el casco para que me diese un poco el aire. Cuando me lo termine de quitar vi como Alan, cuando llegó hasta Anne, la besó con pasión. Eso fue como un gran puñal clavándose en mi corazón, aunque ya sabía que lo nuestro era imposible. A pesar de que una vez nos acostamos, yo sabía que me estaba utilizando para intentar sacarse a Alan de la cabeza, y no sabía muy bien el porqué, pero aquel día me dejé llevar. Desde hacía algún tiempo sentía algo más que amistad por ella. Pero era imposible. Me había enamorado de ella, y cuando me pidió ayuda, no se la negué.



                Aquella noche me pidió que me quedase en su casa a dormir, que no quisiera pasar la noche con Alan, y como amigo suyo que era acepté sin dudarlo. Tal vez ese fue mi error. Bebimos un poco esa noche, pero no lo suficiente como para emborracharnos. Tras decidir que ya era tarde para seguir bebiendo, decidimos subir a la habitación a dormir. Ahí empezó todo. Mientras hablábamos los dos tumbados sobre la cama, ella se abrazaba cada vez más fuerte a mí. Como no sabía cómo reaccionar, le fui a dar un beso en la frente. Ella, no sé si por accidente o adrede, miró hacia arriba, haciendo que mis labios fuesen directos a los suyos, dándole un suave beso en los labios. Tras esto, aparte la mirada rápidamente, seguramente tornándome de un color rojizo, pero ella no hizo lo mismo. La miré disimuladamente y vi como su mano se acercaba lentamente a mis mejillas, y tras darme una suave caricia, me agarró por el mentón y se acercó a mí.



-Bésame, Mike... –me dijo con un tono sensual y lascivo, besándome en los labios.



                No sé por qué, pero aquel beso me gustó más de la cuenta. Sentí un gran placer cuando sus labios rozaron los míos y se unieron en ese beso. Yo sabía que no podía seguir, pero no podía parar el deseo de mi cuerpo por continuar. Pero entre besos y caricias, llegó el plato fuerte. Sus manos comenzaron a masajearme el miembro, que más erecto no podría estar. Sólo vestíamos con el pijama, que en mi caso era solo un bóxer de color negro y el de ella un camisón y calcetines.



-Anne, esto no está bien... No puedo hacerlo... ¿Y Alan?

-Que le den a Alan –dice mientras me quita la ropa interior-. Sabes que desde el principio yo te amaba a ti –sus manos me agarraban firmemente el miembro, comenzando a masturbarme-. Tú solo disfruta...

-Anne... Agh... No, para... –más que palabras, solo podía soltar leves gemidos.

-Te amo...



                Fue ahí cuando me dejé llevar por completo. Ni me planteé tan siquiera si realmente me amaba o no, pero hacía muchísimo tiempo que no sentía tanto placer y ansias de poseer a alguien. Al cabo de un rato, nos olvidamos de las manos y ella se colocó sobre mí, cabalgándome sin control. Entre embestidas y cambios de posiciones, nalgadas y mordiscos, gemía cada vez más alto. Nuestros cuerpos chorreaban sudor, y la cama se desplazaba a causa del movimiento que hacíamos. A veces notaba como si ella no estuviese allí, como si estuviese pensando en otra cosa, pero me daba igual. Si estaba pensando en él, no me importaba. Yo sabía desde un principio que me quería utilizar para ver si lograba olvidarse de él, pero no me importaba. Después de tanto tiempo, le estaba haciendo lo que tanto quería hacerle. En el último cambio de postura, cambiamos también de orificio. Durante la última media hora practicamos sexo anal, salvajemente, llegando a romper el somier de la cama. Tras llegar al orgasmo y de eyacular con ansia y fuerza, nos quedamos abrazados en la cama, sudorosos pero satisfechos. Su cuerpo desnudo y marcado por mis arañazos y mordiscos fue la última imagen que tuve de ella antes de dormirme.



                A la mañana siguiente, cuando me desperté, miré la cama y la vi vacía. Parecía que se había ido, porque sus cosas no estaban. Me levanté de la cama para ir al baño a ver si por casualidad estaba en la ducha, pero tampoco estaba. Solo había una nota pegada en el espejo del baño que ponía:



“Lo siento, Mike. No sé por qué lo hice. Te pido perdón por lo de anoche, no debería de haber pasado. Por favor, vete antes de que vuelva del trabajo. Y de verdad que lo siento... Te mentí”



                Pude ver como en la hoja había secas unas marcas de gotas, que supongo que serían lágrimas. No daba crédito a lo sucedido. No podía creer lo que había hecho. Era obvio que me había tratado como un juguete, pero no pude detenerla, no pude detenerme. Tras dejar la nota en el lavabo, lo único que pude hacer fue meterme en la bañera vacía y llenarla con un mar de lágrimas que empezaron a brotar en mí, repitiéndome una y otra vez: “¿Por qué lo hice?”. Lo peor no era eso. Lo peor era que no podía sentir odio ni rencor hacia Anne, ni mucho menos contra Alan. Sentía como si hubiese hecho algo bueno por ellos, un favor a un amigo. Aunque fuese yo el que terminase mal.



-Mierda... ¿Por qué me vienen esos recuerdos a la cabeza? –les volví a mirar y solo veía amor. Un amor que nunca podrá ser mío.



                Aparté la vista rápidamente y me quedé mirando fijamente el cuentakilómetros de la moto, que reflejaba la luz del semáforo en una noche que para mí se tornaba de nubes y dolor. Pude ver por el reflejo de la moto, como la luz del semáforo se ponía de color verde y, sin alzar la vista, aceleré. De repente, oigo como una sirena se acerca rápidamente hacia mí y cuando miré, solo pude ver el rostro de la muerte sonriéndome. Una ambulancia me embistió, haciendo que saltara por los aires junto a los pedazos de la Harley. Caí al suelo dando varias vueltas campana, raspando toda mi piel contra el asfalto y dejando un rastro tras de mí, un gran rastro de sangre y trozos de la ropa que llevaba puesta. Cuando por fin dejé de girar, quedé tumbado boca arriba una de las tibias rota, saliéndose del pantalón, uno de los brazos completamente desencajado del hombro y el torso empapado en sangre con trozos de metal clavados en él. No muy lejos vi la moto completamente destrozada por el brutal impacto. No la vi venir. Estaba tan ausente en mis pensamientos que no presté atención a lo que me rodeaba salvo a la feliz pareja. Quedándome ya sin fuerzas, deje caer mi cabeza en el suelo, volviendo a sentir como las lágrimas de dolor volvían a brotar de mis ojos. Ya era demasiado tarde para pensarlo de nuevo, pero otra vez me vino esa frase a la cabeza y me dejó desorientado: “He sido un juguete”.



                No me importaba morir en aquel momento, lo único que quería era que todo fuese un sueño, una mala pesadilla de la que pronto despertaría.



                El cielo nublado descargó con fuerza una lluvia violenta y salvaje, que acariciaba mi piel, pero que no llegué a sentirla. Cuando parpadeé lentamente vi como el rostro de Anne aparecía ante mí y me hablaba, pero no lograba escucharla. Al otro lado veía a Alan hablando por el móvil. Hacían una buena pareja. Se acercó el hombre que conducía la ambulancia preocupado y llevándose las manos a la cabeza mientras parecía cagarse en los muertos de alguien. Las frías manos de Anne se acercaron a mi rostro y me acariciaron, y solo llegué a entender dos palabras que me había dicho aquella noche mientras me utilizaba: Te amo.



                Tras ver como rompía de nuevo a llorar, sentí sus labios besar los míos, haciéndome recordar aquel dulce beso. Sentí como se me paraba el corazón y como se me cortaba la respiración, y en un último intento de acariciarle la mejilla mientras me besaba, todo se volvió negro.



                A pesar de todo, me llevé uno de los recuerdos más bonito y doloroso que me pudo dar la vida: su beso.