Licencia Creative Commons
Rarezas Literarias por Éxort se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

martes, 10 de septiembre de 2013

El último viaje

      Estábamos mirando en varias agencias de viaje los precios para poder realizar esa luna de miel que tanto deseábamos hacer. Un viaje a su tierra natal: China. Llevábamos dos años casados, pero por culpa del dinero y de la falta de tiempo, no pudimos irnos en su momento, ni siquiera a pasar unos días en un hotel. Ahora que teníamos unos ahorros extra, podíamos costearnos esa ansiada luna de miel.

   Conocí a Kumiko en una conferencia de música en Los Ángeles. Yo estaba trabajando de colaborador y músico en uno de los stands del recinto, y ella era una cazatalentos de una compañía discográfica bastante reconocida y prestigiosa. Yo tenía por aquel entonces 20 años recién cumplidos, y ella unos 24 años. Se paró delante de mi stand a escuchar todo mi repertorio, sentada en uno de los “puf” que habían y, con una gran y bella sonrisa, se acercó a mí cuando terminé y me dio una tarjeta con un número de teléfono y una dirección. Yo al principio pensé que era demasiado directa para una primera cita, hasta que fui a la dirección. Era la ubicación de la discográfica. Una vez entré en el sitio, me dirigí al mostrador y pregunté por el nombre de la tarjeta. Y ¿cuál fue mi sorpresa? Al entrar en el despacho que me habían indicado, la vi sentada en la silla de la vicepresidencia de la compañía.

-Adelante, Ángel. Le estaba esperando –me dedicó una gran sonrisa, decorada con unas sonrojadas mejillas.
-Usted debe de ser la señorita Kumiko, es un placer –le devolví la sonrisa, entrando en el habitáculo.
-Por favor, trátame de “tú”, que no soy tan mayor –rió y me invitó a sentarme.
-Lo mismo digo –me senté en una de las sillas del despacho, quedándome de frente a ella.
-No voy a andarme con rodeos, Ángel. Seré breve y directa. Nos gustaría que trabajases para nosotros como músico. Sería un honor para todos, y para mí, que nos prestases tu talento.
-Pues si que eres directa –me quedé asombrado con el comentario que hizo-. Para mi será un placer compartir mi talento con usted y su equipo.
-Del contrato me encargo yo. ¿Qué tal si nos tomamos un café, y hablamos de las condiciones? –me guiñó un ojo, con un gesto pícaro.
-Será un placer compartir un café con una señorita tan guapa –¿estaba ligando conmigo? Trabajo y cita en el mismo día, impresionante.
  
      Después de ese café y de una tarde de risas y charlas acerca de la música, fuimos indagando un poco más en nuestros gustos y esas cosas, hasta terminar por quedar para cenar. No hace falta que describa lo que pasó después de la cena. ¡Nos fuimos a la playa!

       Esa noche comenzó una bellísima historia de amor entre los dos que al cabo de unos años llegó al matrimonio. No nos importaba la diferencia de edad que había entre ambos, ella era una bellísima persona en todos los sentidos, y ella decía lo mismo de mí, así que éramos una pareja perfecta.

-Mira, cari. Esta es la agencia más barata que he encontrado, y el precio está dentro de nuestro presupuesto. ¿Qué me dices? –me preguntó ella sentada en la silla del ordenador, con sólo un camisón a modo de “ropa de estar por casa”.
-¿Nos sobraría algo para subsistir allí el tiempo que estemos? –la abracé por la espalda, dándole un tierno beso en la mejilla.
-Ya te dije que mis padres nos darían alojamiento, por la comida y todo eso no te preocupes. Además, todavía está vivo mi todoterreno. Podremos movernos sin gastar más que la gasolina –me sonrió y me dio un beso en los labios.
-Bueno –miré la pantalla, viendo la “ganga” que había encontrado-. Por ese precio creo que sí que vale la pena hacer la reserva.
-¿De veras? –se le dibujo una amplia sonrisa.
-Pincha aquí, reserva los billetes para esta semana.
-¡Genial!

       Me encantaba verla feliz. Después de seis años en Los Ángeles, por fin iba a poder volver a casa, aparte de para ver a sus padres, para mostrarme su cultura en un emocionante y pasional viaje de luna de miel. Tras hacer la reserva de los billetes, nos pusimos a hacer las maletas, ya que teníamos que coger el avión en cinco días. Preparamos todo: ropa, cosas para el aseo, alguna que otra caja de preservativos y botes de lubricante, y cómo no, la cámara de fotos. Tuvimos la suerte de que a ambos nos cedieron las vacaciones al mismo tiempo, lo que hizo que pudiésemos viajar al fin.

      La noche antes del vuelo, nos tumbamos en la cama a planificar todo lo que haríamos una vez estuviésemos allí, los lugares a los que teníamos que ir sí o sí, los restaurantes más típicos y buenos a los que podíamos ir a comer, y algún que otro motel de carretera en el que poder pasar una noche loca sin que estuviesen los padres de ella escuchando lo que hacíamos. Pensaban que si hija llegaría pura y casta hasta el día de la boda. Pobres ilusos.

***




      Llegamos puntuales al vuelo, a pesar de que salíamos a las ocho de la mañana. Facturamos las maletas y nos subimos al avión. Nos esperaba un largo viaje a bordo de aquel avión. Pero como habíamos empatado la noche con la mañana haciendo ejercicio intenso y salvaje, el cansancio y falta de sueño ayudarían a hacer el viaje algo más ameno. Doce horas y media durmiendo en los comodísimos asientos del avión. Menos mal que nos acordamos de coger un par de almohadas y mantas.

       Las dos primeras horas del vuelo fueron eternas. Entre que el desayuno no salía, que cuando salió estaba frío (y comer huevos, beicon y salchichas fríos como que no era algo agradable) y que el café casi nos sirve de ducha, teníamos el primer tramo del vuelo completo. Suerte que con el bodrio de película que nos pusieron nos terminó de entrar el sueño. Nos acurrucamos el uno junto al otro como pudimos, intentando no clavarme mucho el reposabrazos del asiento, dándole mayor comodidad a ella. Era algo bello verla dormir, era como ver un ángel.

      Tras un largo descanso de más de ocho horas, llegamos por fin al aeropuerto de Pekín. Sus padres nos habían ido a buscar, entusiasmados por ver al que era el marido de su hija. Y al parecer les guste. No entendía mucho de chino, pero tenía a la traductora más guapa del mundo como esposa.

      Nos montamos en el coche y fuimos a casa de los padres. Vivían en la periferia de Pekín, en una casa bastante acogedora  y rústica. Una vez nos instalamos, nos prepararon la cena y la habitación para cuando quisiésemos dormir. Después de cenar algo, con una falta de sueño increíble, comenzamos a hacer turismo por la capital. No cogimos el coche, directamente empezamos a caminar y caminar, observando el paisaje y sacando alguna que otra foto. Nos parábamos en algún escaparate para mirar, en un McDonald para comprar una bebida y una tienda de electrónica para comprar una tarjeta de 16 Gb para la cámara. China era preciosa. Su gente, su arquitectura, su cultura. Todo era magnífico. Tras recorrernos un par de kilómetros de ciudad, nos fuimos de vuelta a la casa de los padres para poder descansar un poco, ya que mañana tocaba el auténtico turismo. Llegamos a eso de las dos de la mañana, hora local, y nada más entrar, nos dimos una ducha calentita y nos fuimos a dormir. Y lo que no era dormir, también. En silencio no se disfruta tanto, pero el hecho de tener a los padres en la habitación de al lado le daba un poco más de morbo.

      Nada más levantarnos, nos esperaba un rico desayuno en el comedor. Zumos, fruta, tostadas. Había de todo para poder coger fuerzas. Nos empachamos en el desayuno, preparamos la cámara y la ropa, y salimos a la aventura. Con cada calle que atravesábamos, con cada monumento que visualizábamos, me fascinaba cada vez más. Sacaba fotos como un loco, tanto a lo que veíamos, como a nosotros mismos, ya que tenía la intención de crear un álbum de fotos cuando volviésemos. Petamos la tarjeta de memoria enseguida. No llegó a la hora de comer. En lo que Kumiko compraba unos bocadillos, bebida y algo para picar, yo me acerqué a un puesto ambulante a comprar una Polaroid, para tener algunas fotos en el instante en el que las sacábamos. Nada mas comprarla, me acerqué a Kumiko y le hice una foto sin que se diese cuenta. Quedó preciosa. Esperé unos segundos para poder verla, y para ser pillado. Tras la espera, al fin se reveló la foto y se la mostré. Era una foto hermosa, conseguí captar su belleza en aquella foto. Después de ver la foto, nos pusimos a comernos los bocadillos y los pinchitos de insectos que había comprado. Al principio me parecieron repulsivos pero, después de verla comer y decirme eso de: “Los vas a probar sí o sí, aunque no los comas, me vas a tener que besar, ¿no?” Lo que no mata, engorda. Era cierto eso de que saben a pollo. Me pareció algo alucinante.  

      Tras comer y reponer fuerzas, nos dispusimos a retomar la caminata hacia uno de los templos más famosos y hermosos de la capital. Lo malo fue que comenzó a llover, no muy fuerte, pero intensamente. Nos pusimos la capucha de los abrigos y nos pusimos en marcha. Comenzamos a caminar y en un cruce de vías, nos dispusimos a cruzar. A la señal del policía, comenzamos a cruzar. Pero escuché un sonido poco agradable, acercándose peligrosamente hacia nosotros. Levanté la vista del suelo y vi, como por el lado de Kumiko, se acercaba una furgoneta a gran velocidad, pero frenando, haciendo chirriar los neumáticos contra el asfalto. La velocidad y el suelo mojado no era una buena combinación. Mi reacción fue la de anteponerme al peligro, empujando a Kumiko con algo de fuerza, apartándola de la trayectoria del vehículo a escasas milésimas de segundo de impactar, haciendo que este terminase de frenar con mi cuerpo. El impacto fue brutal. Me quedé en el suelo, empapado en un charco de cristal y sangre. Tras unos pocos segundos, pude observar como el rostro de Kumiko apareció, con un pequeño morado en la frente por el golpe contra el suelo. Sólo la veía llorar horrorizada, acariciándome las mejillas, quitándome algún que otro cristal. Cada vez aparecían más y más personas, la mitad hablando por teléfono. Yo, a cada segundo que pasaba, me iba mareando más y más. Antes de perder el conocimiento, vi como Kumiko se tumbada sobre mí, dándome un beso en los labios, suave y dulce. Dejé caer la cabeza hacia un lado, pudiendo ver por última vez la foto de la Polaroid, siendo está la última que vería. Tras sentir una última caricia, sentí como todo mi cuerpo dejaba de responderme, y finalmente perdí el conocimiento.




***

      Por suerte, la historia no acabó para mí. Me desperté a los pocos días en el hospital. Y allí estaba, sentada en la silla al lado de la cama, agarrándome la mano mientras dormía. En aquel momento me volví creyente, ya que no se ni cuantas veces le dí gracias a Dios por haberme dado una segunda oportunidad.

-Kumiko... –balbuceé.
-¿Ángel? –se despertó suavemente y cuando me vio con los ojos abiertos, dio un sobresalto- ¡Ángel! ¡Te has despertado! –se lanzó sobre mí, llenándome de besos.

      Aquel día aprendí que el dolor se cura con amor, ya que las heridas no habían terminado de sanar, y estaban siendo aplastadas. Pero no me importó. El amor sobrepasaba al dolor en aquel instante. Por suerte para mí, aquel no había sido el último viaje.


      Un par de años después tuvimos una hija, bellísima como la madre, a la que bautizamos como “Siu” que significa “revivir”. Ahí comenzó de nuevo la vida para nosotros, pero especialmente, para mí.