Estábamos
mirando en varias agencias de viaje los precios para poder realizar esa luna de
miel que tanto deseábamos hacer. Un viaje a su tierra natal: China.
Llevábamos dos años casados, pero por culpa del dinero y de la falta de tiempo,
no pudimos irnos en su momento, ni siquiera a pasar unos días en un hotel.
Ahora que teníamos unos ahorros extra, podíamos costearnos esa ansiada luna de
miel.
Conocí
a Kumiko en una conferencia de música en Los Ángeles. Yo estaba trabajando de
colaborador y músico en uno de los stands del recinto, y ella era una
cazatalentos de una compañía discográfica bastante reconocida y prestigiosa. Yo
tenía por aquel entonces 20 años recién cumplidos, y ella unos 24 años. Se paró
delante de mi stand a escuchar todo mi repertorio, sentada en uno de los “puf”
que habían y, con una gran y bella sonrisa, se acercó a mí cuando terminé y me
dio una tarjeta con un número de teléfono y una dirección. Yo al principio
pensé que era demasiado directa para una primera cita, hasta que fui a la
dirección. Era la ubicación de la discográfica. Una vez entré en el sitio, me
dirigí al mostrador y pregunté por el nombre de la tarjeta. Y ¿cuál fue mi
sorpresa? Al entrar en el despacho que me habían indicado, la vi sentada en la
silla de la vicepresidencia de la compañía.
-Adelante, Ángel. Le estaba
esperando –me dedicó una gran sonrisa, decorada con unas sonrojadas mejillas.
-Usted debe de ser la señorita
Kumiko, es un placer –le devolví la sonrisa, entrando en el habitáculo.
-Por favor, trátame de “tú”, que
no soy tan mayor –rió y me invitó a sentarme.
-Lo mismo digo –me senté en una
de las sillas del despacho, quedándome de frente a ella.
-No voy a andarme con rodeos,
Ángel. Seré breve y directa. Nos gustaría que trabajases para nosotros como
músico. Sería un honor para todos, y para mí, que nos prestases tu talento.
-Pues si que eres directa –me
quedé asombrado con el comentario que hizo-. Para mi será un placer compartir
mi talento con usted y su equipo.
-Del contrato me encargo yo. ¿Qué
tal si nos tomamos un café, y hablamos de las condiciones? –me guiñó un ojo,
con un gesto pícaro.
-Será un placer compartir un café
con una señorita tan guapa –¿estaba ligando conmigo? Trabajo y cita en el mismo
día, impresionante.
Después
de ese café y de una tarde de risas y charlas acerca de la música, fuimos
indagando un poco más en nuestros gustos y esas cosas, hasta terminar por
quedar para cenar. No hace falta que describa lo que pasó después de la cena.
¡Nos fuimos a la playa!
Esa
noche comenzó una bellísima historia de amor entre los dos que al cabo de unos
años llegó al matrimonio. No nos importaba la diferencia de edad que había
entre ambos, ella era una bellísima persona en todos los sentidos, y ella decía
lo mismo de mí, así que éramos una pareja perfecta.
-Mira, cari. Esta es la agencia
más barata que he encontrado, y el precio está dentro de nuestro presupuesto.
¿Qué me dices? –me preguntó ella sentada en la silla del ordenador, con sólo un
camisón a modo de “ropa de estar por casa”.
-¿Nos sobraría algo para
subsistir allí el tiempo que estemos? –la abracé por la espalda, dándole un
tierno beso en la mejilla.
-Ya te dije que mis padres nos
darían alojamiento, por la comida y todo eso no te preocupes. Además, todavía
está vivo mi todoterreno. Podremos movernos sin gastar más que la gasolina –me
sonrió y me dio un beso en los labios.
-Bueno –miré la pantalla, viendo
la “ganga” que había encontrado-. Por ese precio creo que sí que vale la pena
hacer la reserva.
-¿De veras? –se le dibujo una
amplia sonrisa.
-Pincha aquí, reserva los billetes
para esta semana.
-¡Genial!
Me
encantaba verla feliz. Después de seis años en Los Ángeles, por fin iba a poder
volver a casa, aparte de para ver a sus padres, para mostrarme su cultura en un
emocionante y pasional viaje de luna de miel. Tras hacer la reserva de los
billetes, nos pusimos a hacer las maletas, ya que teníamos que coger el avión
en cinco días. Preparamos todo: ropa, cosas para el aseo, alguna que otra caja
de preservativos y botes de lubricante, y cómo no, la cámara de fotos. Tuvimos
la suerte de que a ambos nos cedieron las vacaciones al mismo tiempo, lo que
hizo que pudiésemos viajar al fin.
La
noche antes del vuelo, nos tumbamos en la cama a planificar todo lo que
haríamos una vez estuviésemos allí, los lugares a los que teníamos que ir sí o
sí, los restaurantes más típicos y buenos a los que podíamos ir a comer, y
algún que otro motel de carretera en el que poder pasar una noche loca sin que
estuviesen los padres de ella escuchando lo que hacíamos. Pensaban que si hija llegaría
pura y casta hasta el día de la boda. Pobres ilusos.
***
Llegamos
puntuales al vuelo, a pesar de que salíamos a las ocho de la mañana. Facturamos las maletas y nos subimos al avión. Nos esperaba
un largo viaje a bordo de aquel avión. Pero como habíamos empatado la noche con
la mañana haciendo ejercicio intenso y salvaje, el cansancio y falta de sueño
ayudarían a hacer el viaje algo más ameno. Doce horas y media durmiendo en los
comodísimos asientos del avión. Menos mal que nos acordamos de coger un par de
almohadas y mantas.
Las
dos primeras horas del vuelo fueron eternas. Entre que el desayuno no salía,
que cuando salió estaba frío (y comer huevos, beicon y salchichas fríos como
que no era algo agradable) y que el café casi nos sirve de ducha, teníamos el
primer tramo del vuelo completo. Suerte que con el bodrio de película que nos
pusieron nos terminó de entrar el sueño. Nos acurrucamos el uno junto al otro
como pudimos, intentando no clavarme mucho el reposabrazos del asiento, dándole
mayor comodidad a ella. Era algo bello verla dormir, era como ver un ángel.
Tras
un largo descanso de más de ocho horas, llegamos por fin al aeropuerto de
Pekín. Sus padres nos habían ido a buscar, entusiasmados por ver al que era el
marido de su hija. Y al parecer les guste. No entendía mucho de chino, pero
tenía a la traductora más guapa del mundo como esposa.
Nos
montamos en el coche y fuimos a casa de los padres. Vivían en la periferia de
Pekín, en una casa bastante acogedora y rústica. Una vez nos instalamos, nos prepararon la cena y
la habitación para cuando quisiésemos dormir. Después de cenar algo, con una
falta de sueño increíble, comenzamos a hacer turismo por la capital. No cogimos
el coche, directamente empezamos a caminar y caminar, observando el paisaje y
sacando alguna que otra foto. Nos parábamos en algún escaparate para mirar, en
un McDonald para comprar una bebida y una tienda de electrónica para comprar
una tarjeta de 16 Gb para la cámara. China era preciosa. Su gente, su
arquitectura, su cultura. Todo era magnífico. Tras recorrernos un par de
kilómetros de ciudad, nos fuimos de vuelta a la casa de los padres para poder
descansar un poco, ya que mañana tocaba el auténtico turismo. Llegamos a eso de
las dos de la mañana, hora local, y nada más entrar, nos dimos una ducha calentita
y nos fuimos a dormir. Y lo que no era dormir, también. En silencio no se
disfruta tanto, pero el hecho de tener a los padres en la habitación de al lado
le daba un poco más de morbo.
Nada
más levantarnos, nos esperaba un rico desayuno en el comedor. Zumos, fruta,
tostadas. Había de todo para poder coger fuerzas. Nos empachamos en el
desayuno, preparamos la cámara y la ropa, y salimos a la aventura. Con cada
calle que atravesábamos, con cada monumento que visualizábamos, me fascinaba
cada vez más. Sacaba fotos como un loco, tanto a lo que veíamos, como a
nosotros mismos, ya que tenía la intención de crear un álbum de fotos cuando
volviésemos. Petamos la tarjeta de memoria enseguida. No llegó a la hora de
comer. En lo que Kumiko compraba unos bocadillos, bebida y algo para picar, yo
me acerqué a un puesto ambulante a comprar una Polaroid, para tener algunas
fotos en el instante en el que las sacábamos. Nada mas comprarla, me acerqué a
Kumiko y le hice una foto sin que se diese cuenta. Quedó preciosa. Esperé unos
segundos para poder verla, y para ser pillado. Tras la espera, al fin se reveló
la foto y se la mostré. Era una foto hermosa, conseguí captar su belleza en
aquella foto. Después de ver la foto, nos pusimos a comernos los bocadillos y
los pinchitos de insectos que había comprado. Al principio me parecieron
repulsivos pero, después de verla comer y decirme eso de: “Los vas a probar sí
o sí, aunque no los comas, me vas a tener que besar, ¿no?” Lo que no mata,
engorda. Era cierto eso de que saben a pollo. Me pareció algo alucinante.
Tras
comer y reponer fuerzas, nos dispusimos a retomar la caminata hacia uno de los
templos más famosos y hermosos de la capital. Lo malo fue que comenzó a llover,
no muy fuerte, pero intensamente. Nos pusimos la capucha de los abrigos y nos
pusimos en marcha. Comenzamos a caminar y en un cruce de vías, nos dispusimos a
cruzar. A la señal del policía, comenzamos a cruzar. Pero escuché un sonido
poco agradable, acercándose peligrosamente hacia nosotros. Levanté la vista del
suelo y vi, como por el lado de Kumiko, se acercaba una furgoneta a gran
velocidad, pero frenando, haciendo chirriar los neumáticos contra el asfalto.
La velocidad y el suelo mojado no era una buena combinación. Mi reacción fue la
de anteponerme al peligro, empujando a Kumiko con algo de fuerza, apartándola
de la trayectoria del vehículo a escasas milésimas de segundo de impactar,
haciendo que este terminase de frenar con mi cuerpo. El impacto fue brutal. Me
quedé en el suelo, empapado en un charco de cristal y sangre. Tras unos pocos
segundos, pude observar como el rostro de Kumiko apareció, con un pequeño
morado en la frente por el golpe contra el suelo. Sólo la veía llorar
horrorizada, acariciándome las mejillas, quitándome algún que otro cristal.
Cada vez aparecían más y más personas, la mitad hablando por teléfono. Yo, a
cada segundo que pasaba, me iba mareando más y más. Antes de perder el
conocimiento, vi como Kumiko se tumbada sobre mí, dándome un beso en los
labios, suave y dulce. Dejé caer la cabeza hacia un lado, pudiendo ver por
última vez la foto de la Polaroid, siendo está la última que vería. Tras sentir
una última caricia, sentí como todo mi cuerpo dejaba de responderme, y
finalmente perdí el conocimiento.
***
Por
suerte, la historia no acabó para mí. Me desperté a los pocos días en el
hospital. Y allí estaba, sentada en la silla al lado de la cama, agarrándome la
mano mientras dormía. En aquel momento me volví creyente, ya que no se ni
cuantas veces le dí gracias a Dios por haberme dado una segunda oportunidad.
-Kumiko... –balbuceé.
-¿Ángel? –se despertó suavemente
y cuando me vio con los ojos abiertos, dio un sobresalto- ¡Ángel! ¡Te has
despertado! –se lanzó sobre mí, llenándome de besos.
Aquel
día aprendí que el dolor se cura con amor, ya que las heridas no habían
terminado de sanar, y estaban siendo aplastadas. Pero no me importó. El amor
sobrepasaba al dolor en aquel instante. Por suerte para mí, aquel no había sido
el último viaje.
Un
par de años después tuvimos una hija, bellísima como la madre, a la que bautizamos
como “Siu” que significa “revivir”. Ahí comenzó de nuevo la vida para nosotros,
pero especialmente, para mí.