Aparque la moto justo en la puerta del
bar. Tras apagar el motor y quitarme el casco, me adentré en el habitáculo,
dispuesto a ahogar mis penas en una buena dosis de alcohol. Tras abrir la
puerta, el panorama era el de siempre, algunos borrachos discutiendo a grito
pelado, un par de jóvenes intentando ligar con las camareras y la barra media
vacía. Yo vestía con la ropa de pasear: unas NewRock de cuero hasta las
rodillas, unos pantalones de cuero negros decorados con grandes cadenas de
metal, una camiseta negra sin mangas y mi chaleco de cuero, decorado con el
logo de mi banda de moteros: Reaper’s Crow. Mi pañuelo negro aguantaba mi pelo
y unas gafas de sol, me tapaban los ojos. Me acerque a la barra y como de
costumbre, me senté en el cuarto asiento empezando por la izquierda, alejado de
la puerta y cerca del baño. Pedí un vaso de Jack Daniel’s sin hielo, y una tapa
de aceitunas. Tras sentarme, volví a mirar a mi alrededor, en busca de alguna
cara conocida con la que poder conversar. Pero no hubo suerte. Me senté sobre
el taburete, mirando al frente y esperando mi dosis de diaria de alcohol. Saqué
de uno de los bolsillos del chaleco una caja de tabaco, negra. Saque un
cigarrilo del interior y lo encendí con mi Zippo de “Sons of Anarchy”. Cuando
me sirvieron el vaso, pedí que me dejasen la botella, ya que esa noche tenía
que intentar olvidar los malos recuerdos del pasado. Jugando con mi dedo dentro
del whiskey, recordaba los trágicos momentos en los que me despedí de mi ex,
diciéndole con toda mi sinceridad que ya no me sentía cómodo con nuestra
relación, que estaba demasiado cambiada y que lo mejor era ir cada uno por su
lado. Unas duras palabras que llenaron todas mis noches de dolor y angustia. No
podía con la carga. Lo peor de todo era que sabía que la culpa no era mía, y
que ella estaba jugando conmigo desde hacía ya tiempo. Pero aguanté por no
creer en la realidad de la situación. Aquella ruptura fue muy dolorosa para mí.
Todas las noches iba al mismo bar y pedía lo mismo, esperando que ella
apareciese por la puerta pidiéndome perdón, o que volviésemos. Pero no lo veía
factible, ya que su orgullo se anteponía a todo lo demás. Por eso sabía que no
iba a pasar nada bueno después de haber roto nuestra lustral relación. Sabía
que iba a buscar la forma de sacarme la astilla para clavarme una estaca. Todo
se venía abajo. De repente, suena mi móvil.
-¿Sí? ¿Quién es?
-Bryan, tío. ¿Dónde estas?
-En el bar. ¿Pasó algo, Scot? –noté la voz de mi amigo
algo agitada.
-Tío, tienes que salir de ahí. ¡Tu ex está loca y va armada!
¡Tienes que salir cagando leches!
-Ya nada me importa, men. Que pase lo que tenga que
pasar... Después de todo, no creo que me vaya peor de lo que me va ahora...
–colgué la llamada sin esperar a que respondiese mi compañero y eché una buena
calada y un buen trago.
Tras unos segundos
bebiendo y fumando, oí un portazo y me giré. En la puerta del bar estaba mi ex,
Ashley, con un amigo intentando detenerla. No sirvió de mucho, pues ésta le
empujó de tal forma que cayó sobre una de las máquinas tragaperras, rompiéndola.
Tras esto, se acercó a mí con un rostro lleno de ira y rencor y, sin decir
nada, me propinó un fuerte golpe en el costado que hizo que me cayese redondo
al suelo. No quise detenerla, así que siguió golpeándome, dándome patadas en
costados y espalda. No sabía por qué, pero no quería detenerla. A pesar de
saber que la culpa de lo que ocurrió no era mía, me sentía culpable de todo.
Había perdido muchos de mis amigos y familiares por culpa de mi relación, así
que no había nadie que me pudiese defender, o que me fuese a echar de menos.
Tras unos minutos recibiendo golpes y escupiendo sangre, comenzó a estrangularme.
Me tumbó boca arriba y se puso sobre de mí, apretando con fuerza mi nuez y
cuello con ambas manos. Por la golpiza, había medio perdido el conocimiento, y
podía ver como me decía algo, pero no llegaba a entender bien el qué. Y como si
de un apagón se tratase, noté como mi visión se iba atenuando. Mis pulmones
respiraban cada vez más lentos, y la sangre que brotaba por mi boca, terminaba
de colapsar mi garganta. Justo antes de perder el conocimiento y morir, esbocé
una sonrisa en recuerdo de los buenos momentos que vivimos y por los cuales me
despertaba cada día feliz. Ahora todo eso, se volvía más y más negro, hasta
terminar por cegarme por completo, y desvanecerme en el suelo, yaciendo muerto
a manos de la que una vez quise que fuese la mujer de mi vida.