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martes, 6 de febrero de 2018

Despertar



            Una intensa luz entraba por la ventana, invitándome a despertarme. El calor del sol de mediodía inundaba la habitación, dándole una calidez y sensación de bienestar bastante agradable. Tras mirar el reloj de la mesilla de noche que estaba al lado de la cama, confirmaba que eran más de las doce de la mañana. Me froté los ojos con la mano derecha y tras un pequeño bostezo, contemplo que a mi lado, durmiendo acurrucada en mi pecho, estaba durmiendo Sophia, desnuda. Su castaña y lisa melena tapada el brazo con el que la estaba abrazando. El calor de nuestros cuerpos hacía aún más placentero el seguir tumbado en la cama un par de horas más, pero el estómago me dio la señal de que necesitaba reponer las reservas.



Había sido una noche intensa en casi todos los sentidos posibles de la palabra. Habíamos ido por la tarde noche al cine a ver una película de humor, al salir pasamos por un restaurante a recoger la cena y, para sorprenderla, la llevé a una playa de arena negra para degustar la comida y disfrutar de una agradable velada bajo la luz de la luna y un par de velas. Tras la comida y un pequeño paseo por la orilla del mar, nos volvimos a su casa y me pidió que tomásemos la última copa dentro, que la casa estaba sola todo el fin de semana, y no dije que no.  Obviamente no hubo copa, porque ella no solía beber, así que fuimos al plato fuerte. Entramos en el piso y empezamos a besarnos lentamente, acariciándonos e insinuándonos con ciertos roces. En medio de uno de los besos, ella se dio la vuelta y la abracé por la espalda y la cintura, atrayéndola hasta mí, besándole lentamente el cuello, dándole un leve mordisco en la oreja. No pudo contenerse y soltó un tenue gemido y me miró a los ojos, acariciándome la barba.



-Sígueme –dijo susurrándome casi al oído, cogiéndome de la mano y guiándome por la casa.



Yo obedecí y la seguí, contemplando su andar decidido sin soltarle la mano. Nos paramos delante de la puerta del baño y me empujó adentro del mismo. Se situó en el marco de la puerta y dejó caer insinuante las asillas de la blusa que llevaba puesta. Alcé una ceja sonriendo pícaro y le indiqué con el dedo que se acercase. Cuando llegó hasta mí, posé mis manos en sus hombros y le acaricié los brazos, cogiéndole las manos y colocándolas sobre mi pecho tras besarlas. Ella se mordió el labio y comenzó a desabrocharme los botones de la camisa, dejando mi pecho al descubierto, dándome algunos besos en él. Yo bajé hasta su cintura, acercándola a la mía y, tras un beso en los labios, le quité lentamente la blusa, desabrochándole el sujetador mientras le beso el cuello y, una vez le quité el sostén, besé sus pequeños pechos, mordiéndole ligeramente los pezones. Soltó un gemido más sonoro que el anterior y me terminó de quitar la camisa, acariciándome el torso y la espalda, bajando hasta el cinturón, desabrochándolo ya no tan lentamente. Tras soltar el amarre, me abrió el pantalón y agarró con firmeza mi erecto miembro mientras me besaba de nuevo en los labios. A la par que ella hacía eso, yo le di un apretón a sus nalgas y comencé a bajarle la falda de rallas que tenía puesta. Era elástica en la cintura, así que no resultó muy difícil bajársela hasta los muslos y dejar que cayese por su peso. Ella intentó hacer lo mismo con mis pantalones, pero no le di tiempo. Le hice apoyarse en el lavamanos y me puse de rodillas, besándole el vientre y las piernas mientras terminaba de quitarle la falda. Como nos habíamos descalzado al entrar en el piso, sólo me quedaba quitarle los calcetines. Alcé uno de sus pies y, colocándolo en mi pecho, le quité le quité el calcetín, dejando su bello pie desnudo, besándole el empeine lentamente. Lancé la prenda lejos y repetí la acción con el otro pie. Una vez descalzada, le besé de nuevo el vientre mientras le bajaba el culot. Ella respiraba cada vez más agitada y, como si me leyese la mente, levantó una de las piernas y la apoyó en la bañera, dejándome más espacio para poder jugar con mi lengua en su clítoris. Fueron instantes lo que tardó en empezar a gemir y a halar levemente de mi pelo, aguantándome la posición de la cabeza. Al par de minutos haló del pelo hacia atrás, clavándome una mirada lujuriosa. Me levantó del suelo y me lanzó contra la pared que había entre el lavamanos y la bañera, casi arrancándome el pantalón y el bóxer. Una vez estábamos ambos desnudos, me agarró de nuevo con firmeza el pene y comenzó a masturbarme mientras me mordía y jugaba con mis pezones. Sin dejar de masturbarme, abrió el grifo del agua caliente. Me miró y se puso de rodillas, comenzando a hacerme una felación con intensidad. No pude evitar gemir en voz alta al sentir ese placer. Le agarré con una mano el pelo y con la otra le iba acariciando la espalda. Estuvo de rodillas casi lo mismo que estuve yo con ella. En un momento dado, paró y me miró, alzando una ceja insinuante y relamiéndose. La puse en pie y nos metimos ambos en la bañera. Yo coloqué la alcachofa en lo alto y nos metimos ambos debajo de aquella lluvia de agua caliente y vapor. Nos seguimos besando y tocando el uno al otro al mismo tiempo que nos dábamos una breve ducha. Sin habernos secado, salimos de la bañera y continuamos con los besos y caricias. La miré unos instantes a los ojos y, agarrándola por la cintura, la cogí en peso y me la llevé a su habitación, dejando caer lentamente nuestros cuerpos sobre la cama. No tardamos mucho en empezar a desfogarnos con el sexo algo duro e intenso. Empezó estando ella abajo, bocarriba, conmigo encima abriéndole las piernas y penetrándola fuertemente mientras la miraba a los ojos y la besaba. Después se puso ella encima y, como si de una amazona se tratase, cabalgó sobre mí salvaje e intensamente mientras yo la agarraba de la cintura y masajeaba sus pechos. Entre los últimos gemidos, la coloqué sobre la cama bocabajo, con la cadera levantada y, tras agarrarle el pelo con una mano y con la otra atarle las manos a la espalda, le di las más potentes embestidas. Así pasamos la siguiente hora y poco, cambiando de posiciones y gimiendo de placer, fundiendo nuestros cuerpos en uno. Ella eyaculó antes que yo y, para hacerme terminar a mí, me quitó el preservativo y volvió a hacerme una felación, esta vez algo más lenta, ayudándose de la mano para estimularme aún más. Tras culminar en su boca y soltar el gemido más intenso de la noche, llegando ambos al clímax, nos abrazamos y nos quedamos exhaustos en la cama, quedándonos finalmente dormidos abrazados el uno al otro en la estrecha cama.



-Voy  a preparar el almuerzo, cielo –le dije mientras le besaba la frente y le apoyaba la cabeza en la almohada, acariciándole por último la mejilla. Ella simplemente suspiró y sonrió, lanzándome un beso.



            Me levanté de la cama intentando no molestarla mucho y me dirigí al baño para recoger mi bóxer y ponérmelo. Fui hasta la cocina y me serví un tazón de zumo de melocotón que había en la nevera y saqué un par de cosas que vi para empezar a preparar el almuerzo. Se ve que la madre le había hecho una pequeña compra antes de irse de fin de semana, contando con que yo iba a ir a visitarla. Saqué un par de verduras para hacer un sofrito y unos filetes de pollo. Puse algo de música en el iPod de Sophia, que estaba conectado a un pequeño equipo de música en el salón, y me puse a cocinar. La música no la puse muy alta, lo justo para intentar disimular el ruido que estaba haciendo mientras cocinaba. Al rato de estar sumergido en lo que estaba preparando, noté como unas manos calentitas me abrazaban por la cintura desde la espalda y noté como me abrazaban. Tras escuchar su dulce voz dándome tiernamente los buenos días, y tras notar sus pechos en mi espalda, sonreí y le acaricié los brazos, devolviéndole el saludo.



-¿Qué tal has dormido, peque? –le pregunté cortando los ajos.

-“Mu bien” –me respondió con un tono infantil dándome un beso en la espalda-. ¿Y tú, lobo mío?

-Más que bien, he dormido. Y ya haber despertado abrazado a ti ha sido un magnífico despertar –sonreí y le besé una de las manos, que me estaba acariciando el pecho.

-Que bobo eres –esbozó una risa somnolienta y, sin darme cuenta, bajó la otra mano libre a mí bóxer-. Veo que habéis despertado contentos los dos, ¿eh? –rió de nuevo, bajándome el bóxer y masajeándome lentamente el miembro, poniéndose de puntillas-. Hay que darle a él también los buenos días, ¿no crees? –susurró en mi oído, mordiéndome la oreja mientras comenzaba a masturbarme lentamente.

-Cielo, que estoy cortando –le dije mordiéndome el labio ahogando un gemido.

-Pues intenta no cortarte –volvió a reír, colocándose a mi lado sin dejar de masturbarme.

-Alguien se ha despertado también de buen humor, ¿eh? –la imité burlón y me puse de frente a ella, dejando el cuchillo y todo sobre la encimera.

-Y más buen humor que voy a tener después de la pre-comida –se mordió el labio y, halándome del pene, me llevó hasta la mesa de la cocina, sentándose ella sobre la misma, enseñándome un preservativo cerrado-. Empecemos bien el día, mi amor…



            Tras lanzarme una mirada desafiante, y de tumbarse sobre la mesa abriendo insinuante las piernas, la masturbo mientras que abro el envoltorio con la boca y la otra mano. Ella coloca sus pies en mi pecho mientras me termino de colocar el preservativo y la miro a los ojos, sonriendo pícaro. Coloco su cadera al borde de la cama y, tras colocar sus piernas completamente apoyadas en mí, la penetro lentamente. Una vez se la he penetrado al completo, le beso ambos pies y se los agarro con una mano, reclinándolos hacia ella y comenzando con el vaivén de caderas, agarrándole una de las manos. La música iba marcando el ritmo, y este era algo intenso pero sin llegar a acelerarse demasiado. Le abrí las piernas y me recosté levemente sobre ella para poder besarla mientras seguía embistiéndola, jugando con mis manos en sus pezones y cadera. Fue tanta la fogosidad del momento que, en medio de las embestidas, la levanté en peso, agarrándola por la parte trasera del cuello y por la cadera, penetrándola aprovechando su propio peso, ya que la estaba sosteniendo en el aire. Sus gemidos eran cada vez más intensos, lo cual hacía que me excitase cada vez más, y que fuesen más pausadas pero duras las embestidas. El sonido de sus nalgas contra mi cadera era demasiado placentero, y este decorado con el dulce sonido de su voz gimiendo y suplicando cada vez más. Tras un pequeño flaqueo de mis piernas, decidí apoyar su espalda contra la pared y terminar de empotrarla con las fuerzas que me quedaban. Ella gimió de placer de manera desmesurada en mi oído, terminando por eyacular y hacerme eyacular a mí dentro del preservativo. Tras ese último y extasiado gemido, nos miramos a los ojos y nos volvimos a besar.



-Acércame a mi cuarto, que casi no siento las piernas de los temblores… -dijo sonriendo entre gemidos.

-Estamos bonitos los dos, porque yo estoy igual. Pero te llevo, no te preocupes, cielo –le dije cogiéndola de nuevo en peso mientras la beso y comienzo a caminar hacia la habitación. 


            Una vez estamos dentro y la tumbo sobre la cama, saco el pene de su cavidad y me quito el preservativo, preparándolo para tirarlo a la basura. Cuando termino con esto, me giro y la contemplo tumbada en la cama, con las piernas temblando y llevándose la mano a la cara, completamente sonrojada, sonriendo y con la respiración aún agitada. Estaba demasiado preciosa en ese momento. Me senté a su lado y tras quitarle la mano de la cara, la besé y la miré a los ojos. Ella susurró un “te quiero” sonriendo y yo correspondí. Cuando nos estábamos dando otro beso antes de yo incorporarme de la cama, sonó su teléfono móvil. Le había entrado un mensaje de la madre diciéndole que ya estaba en camino, que ella preparaba la comida. Ambos nos miramos y nos reímos. Fui al salón y apagué rápidamente la música, recogiendo un poco lo que había sacado para el almuerzo, y volví corriendo a la habitación, tumbándome en la cama a su lado.



-Esto sí que ha sido un buen despertar, ¿no crees? –le dije mirándola a los ojos, dándole un beso en la frente mientras la abrazaba.

-Espero que hayan muchos más así, cari –ella sonrió correspondiendo al beso, acurrucándose junto a mí entre mis brazos.

-Los habrá, te lo prometo –sonreí acomodándome.



            Y así estuvimos hasta que llegó la familia. Acurrucados en la cama y felices en una mañana de Domingo.

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