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jueves, 10 de octubre de 2013

Impotencia


El motor del Aston Martin rugía pidiendo más velocidad. Ella estaba casi inconsciente en el asiento del copiloto, desangrándose por el disparo que recibió en el abdomen. Sus ojos reflejaban dolor y agonía, pero al mismo tiempo seguían teniendo esa expresión de ternura que me había enamorado meses atrás. Ese verde azulado que me hacía enloquecer, hoy se mezclaba con el rojo de la sangre y del dolor. A medida que avanzábamos la carretera se iba despejando, y de vez en cuando nos topábamos con algún que otro coche. Suerte que mi destreza al volante era bastante buena, y pudimos evitar en más de una ocasión acabar en la cuneta. Tomé la primera salida que vi, entrando en la ciudad de nuevo, pero más cerca del hospital. El tiempo se agotaba, se estaba muriendo y yo no podía hacer nada mas que conducir a toda prisa para llegar lo antes posible. Después de casi atropellar a un par de civiles que estaban en la zona de la entrada del hospital, paré en seco delante de la puerta y salí a toda prisa del coche, sacándola a ella en brazos y entrando en el recinto. Una vez dentro ya todo fue más rápido. Se acercaron un par de médicos a nosotros tras oír mis gritos de desesperación, trayendo consigo una camilla y un par de enfermeras, que me ayudaron a colocar a Ashley sobre la camilla, haciéndole un torniquete en la herida y llevándosela a lo que supongo sería el quirófano. Yo me quedé a las puertas de la habitación, con las manos y el torso lleno de sangre, dejando brotar lágrimas de felicidad y angustia. No sabía como reaccionar, ya que por un lado habíamos llegado al fin al hospital y ya estaba atendida, pero por otro lado me inundaba la sensación de angustia por el simple hecho de que estaba en el fino hilo de la vida, estando este a punto de romperse. Cómo pude permitir que sucediera todo aquello, la culpa de que recibiese el disparo era solo mía. Tuvimos que darle directamente el bolso a aquel desgraciado.

***

Acabábamos de aparcar cerca del centro comercial para ir a cenar a un restaurante que hacía ya tiempo que queríamos visitar. Aquella iba a ser la noche en la que al fin le pidiese matrimonio a Ashley. Su larga melena azabache caía por encima de su hombro izquierdo, haciendo que la vista se perdiese en el escote del vestido largo y rojo, y continuase por las curvas de su cintura, dándole un buen acelerón a mi corazón y cortándome la respiración. El delineante que había usado hacía resaltar sus hermosísimos ojos verdes azulados y a sus coloradas mejillas. Era una mujer bellísima, y una muy buena persona. Y el piercing que decoraba su labio inferior le daba un toque rebelde. La mezcla perfecta. La miré a los ojos, extendí mi brazo y sonreí.

-¿Lista para nuestra noche? -sonreí amable.
-Estoy más que lista. No sabes cuanto tiempo llevo esperando pasar una noche contigo, asolas -se mordió levemente el labio inferior, cogiéndose de mi brazo y dándome un suave beso en los labios-. ¿Y tú? ¿Estás listo?
-Por supuesto. Tengo a la más bella mujer a mi lado, caminando bajo un cielo lleno de estrellas en una noche de luna llena. ¿Qué más puedo pedir? -se sonrojó tras oír mis palabras y comenzamos a andar hacia la puerta del local.

Habíamos oído hablar mucho de aquel restaurante, y siempre con buenas críticas. Estuve indagando un poco más acerca del sitio y llegué a la conclusión de que sería el sitio perfecto para pedirle matrimonio. Ya tenía comprado el anillo de oro con una pequeña inscripción de nuestra fecha de inicio de relación, que fue ya hace más de un año. Todo era perfecto.

Nos acercamos a la entrada y un camarero, muy bien trajeado, nos guió hasta la mesa que habíamos reservado. Una mesa junto al ventanal que dejaba ver la imagen de la ciudad de Londres iluminada por la luz de la luna y el alumbrado público. Una imagen que era hermosa, como la mujer que estaba sentada justo delante de mí. Pedimos una botella de vino y algún que otro plato para cenar. Entre risas y caricias iba pasando la noche, cada vez estaba más convencido de que tenía que pedirle sí o sí matrimonio. Así que, justo antes de pedir el postre, comencé a dejarlo caer.

-Cielo, hay algo de lo que me gustaría hablar contigo -acaricié suavemente una de sus manos, mirándola a los ojos.
-Claro, Ángel. ¿De qué se trata? -me sonrió ladeando levemente la cabeza, devolviéndome las suaves caricias.
-Verás. Llevo mucho tiempo dándole vueltas a una cosa que para mí es importante, y espero que pronto lo sea para ti -comencé a ponerme un poco nervioso.
-No me digas que va a venir tu madre a vivir con nosotros -rió.
-No, tranquila que eso no pasará -reí con ella casi al unísono-. Es algo muchísimo más importante y que te influye directamente a ti.
-Oh, me estás asustando, cari. Dime. ¿Qué ronda por esa cabeza loca? -me acarició con dulzura la mejilla.
-Tus caricias me dan fuerzas para decírtelo sin miedo -me levanté lentamente de la silla, acercándome a ella y apoyando una de mis rodillas en el suelo-. Ashley, desde hace un par de meses que llevo pensando en esto. La convivencia contigo es maravillosa, tu amor me hace mirar a la vida con ganas de disfrutarla y de seguir adelante, tus caricias por las mañanas hacen que merezca la pena ir a trabajar, ya que acompañadas con tus besos son el mejor recibimiento que pueda darme alguien cuando llego a casa después de un duro día. En este tiempo que llevamos juntos me has hecho el hombre más feliz que hay sobre la faz de la tierra, y por eso hoy... Quiero pedirte una última cosa... -se llevó las manos a la cara, intentando ocultar sus sonrojadas mejillas y secándose alguna que otra lágrima que comenzaba a brotar de sus hermosos ojos-. Ashley Wilson, ¿quieres casarte conmigo? -saqué la pequeña cajita que contenía el anillo y se lo ofrecí.
-Ángel... Yo... ¡Acepto! -no pudo contener las lágrimas y salto sobre mí, llenándome de besos y dándome un fuerte abrazo.
-No sabes lo feliz que me has hecho, y lo feliz que me harás... -me separé momentáneamente de ella para colocarle el anillo en el dedo y sonreírle una vez más.

Después de estar un rato llorando de felicidad, nos tomamos el postre y pagué la cuenta. Dije que aquella iba a ser nuestra noche y así fue. Aceptó mi proposición y ahora íbamos a ser marido y mujer. Estaba desbordando felicidad. Cogimos nuestros abrigos y, cogidos de la mano, salimos dirigiéndonos al coche, para volver a casa y disfrutar de lo que quedaba de noche. Pero me dio un escalofrío nada más salir del local. Algo que me daba siempre muy mal rollo puesto que después siempre pasaba algo malo. Me aferré fuerte a ella, abrazándola y acercándola lo máximo posible hacia mí. Ella notó que algo raro me pasaba y me preguntó.

-Cari, ¿que te ocurre? -frunció levemente el ceño, extrañada por mi repentina acción.
-No lo sé, pero me acaba de dar un escalofrío, y ya sabes que me pasa cuando me dan -miré preocupado en todas las direcciones, buscando algún posible peligro, pero no veía nada más que coches aparcados y las farolas encendidas.
-Tranquilo cielo, no va a pasar nada malo. Esta es nuestra noche, ¿recuerdas? -me sonrió y dio un ligero pellizco en la mejilla.
-Tienes razón, hoy es nuestro día y nada ni nadie va a estropeárnoslo -sonreí y volví la vista al frente.

Me equivoqué. Justo delante acababa de aparecer un hombre de un callejón, vestido con una chaqueta larga y oscura, con pinta de tener malas intenciones. Nos paramos en seco y nos quedamos mirando con miedo al individuo, que sacó una pistola de la chaqueta y nos encañonó una vez llegó corriendo hasta nosotros.

-¡Dadme todo lo que tengáis encima, u os mato aquí mismo!
-No te vamos a dar nada, maldito desgraciado -dije con un tono seguro y tranquilo, ocultando a Ashley tras de mí.
-¡Imbécil! -se abalanzó sobre mí con la intención de apartarme, apuntándome a la cabeza con el arma.

La jugada le salió mal. Mi padre era militar y me enseñó técnicas para desarmar al que me estuviese atacando, y apliqué esos conocimientos. Comenzamos a forcejear, moviendo la pistola de un lado para otro. Ashley, siendo prudente, salió corriendo a ocultarse detrás de un coche, pero no le dio tiempo. El individuo apretó el gatillo del arma, con tan buena puntería, que le dio a Ashley en el abdomen. Tras un silencio incomodo y un grito ahogado en el viento, le arrebaté por fin el arma al individuo y vacié el resto del cargador sobre su torso y cabeza, dejando el cuerpo hecho un queso.

Solté el arma y salí corriendo hasta llegar a Ashley, que se había desplomado sobre el lateral de un pequeño Fiat. No dudé en llamar a una ambulancia, pero me dijeron que tardarían diez minutos en llegar, y no podía permitir que Ashley se desangrase en mis brazos sin yo poder hacer nada. La levanté en peso y corrí hacia mi coche, sentándola a ella en el asiento del copiloto y yo iniciando la marcha lo más rápido que podía. Saltándome los semáforos y los ceda al paso, vi en el GPS del Aston Martin que el hospital estaba en la otra punta de la ciudad, y que la salida más rápida era la autopista. Sin vacilar, puse el motor a doscientos cincuenta por hora y puse rumbo al hospital. No podía permitir que la mujer a la que le acababa de pedir matrimonio muriese desangrada sin hacer nada.

***

Pasaban las horas y yo me estaba muriendo a cada segundo. No salía nadie a decirme nada, y no podía entrar para ver como estaba. ¿Por qué tenía que suceder eso? Era nuestra noche perfecta, y por culpa de aquel desgraciado me iba a quedar sin la mujer de mi vida. Todo se iba a acabar, por no darle el jodido bolso. No podía parar de llorar y llorar. Rezaba todo lo que recordaba para que pudiese sobrevivir. La espera me desesperaba, y un mal presentimiento inundaba mi mente y mi corazón. No podía acabar así, no de esa forma. Teníamos toda una vida por delante, un futuro que labrar juntos, una familia que cuidar y amar, unos hijos a los que adorar y enseñar lo bello que es vivir.

Al cabo de tres horas y media, salió un médico preguntando por mí, pero no hizo falta que me dijese nada, su rostro lo expresó todo.

-¿Es usted el marido? -me preguntó con algo de miedo.
-Su futuro esposo... Hoy me dio el “sí, quiero” -comenzaba a derrumbarme por dentro y las lágrimas cada vez brotaban más y más fuerte.
-Verá... Su futura esposa... -intentó mirarme a la cara, tragando saliva- Ha fallecido...
-No... No puede ser... -caí de rodillas al suelo, soltando un grito desgarrador por el dolor que inundaba mi cuerpo.
-Lo siento... Había perdido mucha sangre y la bala le atravesó varias arterias y el intestino. No pudimos hacer mucho. Conseguimos extraerle la bala, pero la sangre no paraba de brotar. Conseguimos parar la hemorragia, e intentamos inyectarle sangre para ver si podíamos estabilizarla, pero ya era demasiado tarde. Ni con las palas desfibriladoras pudimos traerla de vuelta... Lo siento -el médico también derramó alguna que otra lágrima al verme tan derrotado.
-¡Ashley! -grité con todas mis fuerzas apretando con ira los puños.
-Hay algo más, pero no quiero amargarle más la noche.
-¡¿Cómo que hay más?! –le miré con los ojos inundados en un mar de lágrimas.
-Verá, su mujer... Estaba embarazada de varias semanas. No sé si eso lo sabía, pero en el caso de que no fuese así, lamento tener que decírselo... –no pudo contener las lágrimas, comenzando a llorar conmigo.

Tras oír aquellas palabras, sentí como un puñal se atravesase el corazón y se retorciese. Sentí como si mi alma quisiese salir de mi cuerpo. Comencé a quedarme sin oxígeno, con un pulso más que acelerado, desplomándome por completo en el suelo. El médico empezó a hacerme las reanimaciones, pero era algo casi imposible. Cada segundo que pasaba, con cada bocanada de aire que tomaba, notaba como me iba quedando sin fuerzas. Pude oír como la muerte se reía de mí y afilaba su larga guadaña. El último soplo de mi alma repitió su nombre antes de que todo se volviese negro. Un infarto fulminante finiquitó la que hubiese sido “nuestra noche”. Lo que más me dolió, fue que no pude despedirme de ella. No pude decirle un último “te amo” ni darle un último beso. Todo acabó en un suspiro y un susurro, su nombre: Ashley.





“Cuando creemos que todo va bien, siempre hay algo que puede salir mal. No esperes para decirle a alguien lo que sientes, porque nunca sabes cuando va a ser la última vez que veas a tus seres queridos. Aprovecha al máximo el tiempo que pasas con esa persona tan especial para ti, dedícale siempre tu mejor sonrisa y fírmala con tu mejor beso o caricia. No te calles nunca un “Te amo” o un “Te quiero”. Siempre se agradece escucharlo y sentirlo. Porque no hay mayor felicidad, que la que te brinda un amor correspondido”


-Éxort-