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jueves, 10 de octubre de 2013

Impotencia


El motor del Aston Martin rugía pidiendo más velocidad. Ella estaba casi inconsciente en el asiento del copiloto, desangrándose por el disparo que recibió en el abdomen. Sus ojos reflejaban dolor y agonía, pero al mismo tiempo seguían teniendo esa expresión de ternura que me había enamorado meses atrás. Ese verde azulado que me hacía enloquecer, hoy se mezclaba con el rojo de la sangre y del dolor. A medida que avanzábamos la carretera se iba despejando, y de vez en cuando nos topábamos con algún que otro coche. Suerte que mi destreza al volante era bastante buena, y pudimos evitar en más de una ocasión acabar en la cuneta. Tomé la primera salida que vi, entrando en la ciudad de nuevo, pero más cerca del hospital. El tiempo se agotaba, se estaba muriendo y yo no podía hacer nada mas que conducir a toda prisa para llegar lo antes posible. Después de casi atropellar a un par de civiles que estaban en la zona de la entrada del hospital, paré en seco delante de la puerta y salí a toda prisa del coche, sacándola a ella en brazos y entrando en el recinto. Una vez dentro ya todo fue más rápido. Se acercaron un par de médicos a nosotros tras oír mis gritos de desesperación, trayendo consigo una camilla y un par de enfermeras, que me ayudaron a colocar a Ashley sobre la camilla, haciéndole un torniquete en la herida y llevándosela a lo que supongo sería el quirófano. Yo me quedé a las puertas de la habitación, con las manos y el torso lleno de sangre, dejando brotar lágrimas de felicidad y angustia. No sabía como reaccionar, ya que por un lado habíamos llegado al fin al hospital y ya estaba atendida, pero por otro lado me inundaba la sensación de angustia por el simple hecho de que estaba en el fino hilo de la vida, estando este a punto de romperse. Cómo pude permitir que sucediera todo aquello, la culpa de que recibiese el disparo era solo mía. Tuvimos que darle directamente el bolso a aquel desgraciado.

***

Acabábamos de aparcar cerca del centro comercial para ir a cenar a un restaurante que hacía ya tiempo que queríamos visitar. Aquella iba a ser la noche en la que al fin le pidiese matrimonio a Ashley. Su larga melena azabache caía por encima de su hombro izquierdo, haciendo que la vista se perdiese en el escote del vestido largo y rojo, y continuase por las curvas de su cintura, dándole un buen acelerón a mi corazón y cortándome la respiración. El delineante que había usado hacía resaltar sus hermosísimos ojos verdes azulados y a sus coloradas mejillas. Era una mujer bellísima, y una muy buena persona. Y el piercing que decoraba su labio inferior le daba un toque rebelde. La mezcla perfecta. La miré a los ojos, extendí mi brazo y sonreí.

-¿Lista para nuestra noche? -sonreí amable.
-Estoy más que lista. No sabes cuanto tiempo llevo esperando pasar una noche contigo, asolas -se mordió levemente el labio inferior, cogiéndose de mi brazo y dándome un suave beso en los labios-. ¿Y tú? ¿Estás listo?
-Por supuesto. Tengo a la más bella mujer a mi lado, caminando bajo un cielo lleno de estrellas en una noche de luna llena. ¿Qué más puedo pedir? -se sonrojó tras oír mis palabras y comenzamos a andar hacia la puerta del local.

Habíamos oído hablar mucho de aquel restaurante, y siempre con buenas críticas. Estuve indagando un poco más acerca del sitio y llegué a la conclusión de que sería el sitio perfecto para pedirle matrimonio. Ya tenía comprado el anillo de oro con una pequeña inscripción de nuestra fecha de inicio de relación, que fue ya hace más de un año. Todo era perfecto.

Nos acercamos a la entrada y un camarero, muy bien trajeado, nos guió hasta la mesa que habíamos reservado. Una mesa junto al ventanal que dejaba ver la imagen de la ciudad de Londres iluminada por la luz de la luna y el alumbrado público. Una imagen que era hermosa, como la mujer que estaba sentada justo delante de mí. Pedimos una botella de vino y algún que otro plato para cenar. Entre risas y caricias iba pasando la noche, cada vez estaba más convencido de que tenía que pedirle sí o sí matrimonio. Así que, justo antes de pedir el postre, comencé a dejarlo caer.

-Cielo, hay algo de lo que me gustaría hablar contigo -acaricié suavemente una de sus manos, mirándola a los ojos.
-Claro, Ángel. ¿De qué se trata? -me sonrió ladeando levemente la cabeza, devolviéndome las suaves caricias.
-Verás. Llevo mucho tiempo dándole vueltas a una cosa que para mí es importante, y espero que pronto lo sea para ti -comencé a ponerme un poco nervioso.
-No me digas que va a venir tu madre a vivir con nosotros -rió.
-No, tranquila que eso no pasará -reí con ella casi al unísono-. Es algo muchísimo más importante y que te influye directamente a ti.
-Oh, me estás asustando, cari. Dime. ¿Qué ronda por esa cabeza loca? -me acarició con dulzura la mejilla.
-Tus caricias me dan fuerzas para decírtelo sin miedo -me levanté lentamente de la silla, acercándome a ella y apoyando una de mis rodillas en el suelo-. Ashley, desde hace un par de meses que llevo pensando en esto. La convivencia contigo es maravillosa, tu amor me hace mirar a la vida con ganas de disfrutarla y de seguir adelante, tus caricias por las mañanas hacen que merezca la pena ir a trabajar, ya que acompañadas con tus besos son el mejor recibimiento que pueda darme alguien cuando llego a casa después de un duro día. En este tiempo que llevamos juntos me has hecho el hombre más feliz que hay sobre la faz de la tierra, y por eso hoy... Quiero pedirte una última cosa... -se llevó las manos a la cara, intentando ocultar sus sonrojadas mejillas y secándose alguna que otra lágrima que comenzaba a brotar de sus hermosos ojos-. Ashley Wilson, ¿quieres casarte conmigo? -saqué la pequeña cajita que contenía el anillo y se lo ofrecí.
-Ángel... Yo... ¡Acepto! -no pudo contener las lágrimas y salto sobre mí, llenándome de besos y dándome un fuerte abrazo.
-No sabes lo feliz que me has hecho, y lo feliz que me harás... -me separé momentáneamente de ella para colocarle el anillo en el dedo y sonreírle una vez más.

Después de estar un rato llorando de felicidad, nos tomamos el postre y pagué la cuenta. Dije que aquella iba a ser nuestra noche y así fue. Aceptó mi proposición y ahora íbamos a ser marido y mujer. Estaba desbordando felicidad. Cogimos nuestros abrigos y, cogidos de la mano, salimos dirigiéndonos al coche, para volver a casa y disfrutar de lo que quedaba de noche. Pero me dio un escalofrío nada más salir del local. Algo que me daba siempre muy mal rollo puesto que después siempre pasaba algo malo. Me aferré fuerte a ella, abrazándola y acercándola lo máximo posible hacia mí. Ella notó que algo raro me pasaba y me preguntó.

-Cari, ¿que te ocurre? -frunció levemente el ceño, extrañada por mi repentina acción.
-No lo sé, pero me acaba de dar un escalofrío, y ya sabes que me pasa cuando me dan -miré preocupado en todas las direcciones, buscando algún posible peligro, pero no veía nada más que coches aparcados y las farolas encendidas.
-Tranquilo cielo, no va a pasar nada malo. Esta es nuestra noche, ¿recuerdas? -me sonrió y dio un ligero pellizco en la mejilla.
-Tienes razón, hoy es nuestro día y nada ni nadie va a estropeárnoslo -sonreí y volví la vista al frente.

Me equivoqué. Justo delante acababa de aparecer un hombre de un callejón, vestido con una chaqueta larga y oscura, con pinta de tener malas intenciones. Nos paramos en seco y nos quedamos mirando con miedo al individuo, que sacó una pistola de la chaqueta y nos encañonó una vez llegó corriendo hasta nosotros.

-¡Dadme todo lo que tengáis encima, u os mato aquí mismo!
-No te vamos a dar nada, maldito desgraciado -dije con un tono seguro y tranquilo, ocultando a Ashley tras de mí.
-¡Imbécil! -se abalanzó sobre mí con la intención de apartarme, apuntándome a la cabeza con el arma.

La jugada le salió mal. Mi padre era militar y me enseñó técnicas para desarmar al que me estuviese atacando, y apliqué esos conocimientos. Comenzamos a forcejear, moviendo la pistola de un lado para otro. Ashley, siendo prudente, salió corriendo a ocultarse detrás de un coche, pero no le dio tiempo. El individuo apretó el gatillo del arma, con tan buena puntería, que le dio a Ashley en el abdomen. Tras un silencio incomodo y un grito ahogado en el viento, le arrebaté por fin el arma al individuo y vacié el resto del cargador sobre su torso y cabeza, dejando el cuerpo hecho un queso.

Solté el arma y salí corriendo hasta llegar a Ashley, que se había desplomado sobre el lateral de un pequeño Fiat. No dudé en llamar a una ambulancia, pero me dijeron que tardarían diez minutos en llegar, y no podía permitir que Ashley se desangrase en mis brazos sin yo poder hacer nada. La levanté en peso y corrí hacia mi coche, sentándola a ella en el asiento del copiloto y yo iniciando la marcha lo más rápido que podía. Saltándome los semáforos y los ceda al paso, vi en el GPS del Aston Martin que el hospital estaba en la otra punta de la ciudad, y que la salida más rápida era la autopista. Sin vacilar, puse el motor a doscientos cincuenta por hora y puse rumbo al hospital. No podía permitir que la mujer a la que le acababa de pedir matrimonio muriese desangrada sin hacer nada.

***

Pasaban las horas y yo me estaba muriendo a cada segundo. No salía nadie a decirme nada, y no podía entrar para ver como estaba. ¿Por qué tenía que suceder eso? Era nuestra noche perfecta, y por culpa de aquel desgraciado me iba a quedar sin la mujer de mi vida. Todo se iba a acabar, por no darle el jodido bolso. No podía parar de llorar y llorar. Rezaba todo lo que recordaba para que pudiese sobrevivir. La espera me desesperaba, y un mal presentimiento inundaba mi mente y mi corazón. No podía acabar así, no de esa forma. Teníamos toda una vida por delante, un futuro que labrar juntos, una familia que cuidar y amar, unos hijos a los que adorar y enseñar lo bello que es vivir.

Al cabo de tres horas y media, salió un médico preguntando por mí, pero no hizo falta que me dijese nada, su rostro lo expresó todo.

-¿Es usted el marido? -me preguntó con algo de miedo.
-Su futuro esposo... Hoy me dio el “sí, quiero” -comenzaba a derrumbarme por dentro y las lágrimas cada vez brotaban más y más fuerte.
-Verá... Su futura esposa... -intentó mirarme a la cara, tragando saliva- Ha fallecido...
-No... No puede ser... -caí de rodillas al suelo, soltando un grito desgarrador por el dolor que inundaba mi cuerpo.
-Lo siento... Había perdido mucha sangre y la bala le atravesó varias arterias y el intestino. No pudimos hacer mucho. Conseguimos extraerle la bala, pero la sangre no paraba de brotar. Conseguimos parar la hemorragia, e intentamos inyectarle sangre para ver si podíamos estabilizarla, pero ya era demasiado tarde. Ni con las palas desfibriladoras pudimos traerla de vuelta... Lo siento -el médico también derramó alguna que otra lágrima al verme tan derrotado.
-¡Ashley! -grité con todas mis fuerzas apretando con ira los puños.
-Hay algo más, pero no quiero amargarle más la noche.
-¡¿Cómo que hay más?! –le miré con los ojos inundados en un mar de lágrimas.
-Verá, su mujer... Estaba embarazada de varias semanas. No sé si eso lo sabía, pero en el caso de que no fuese así, lamento tener que decírselo... –no pudo contener las lágrimas, comenzando a llorar conmigo.

Tras oír aquellas palabras, sentí como un puñal se atravesase el corazón y se retorciese. Sentí como si mi alma quisiese salir de mi cuerpo. Comencé a quedarme sin oxígeno, con un pulso más que acelerado, desplomándome por completo en el suelo. El médico empezó a hacerme las reanimaciones, pero era algo casi imposible. Cada segundo que pasaba, con cada bocanada de aire que tomaba, notaba como me iba quedando sin fuerzas. Pude oír como la muerte se reía de mí y afilaba su larga guadaña. El último soplo de mi alma repitió su nombre antes de que todo se volviese negro. Un infarto fulminante finiquitó la que hubiese sido “nuestra noche”. Lo que más me dolió, fue que no pude despedirme de ella. No pude decirle un último “te amo” ni darle un último beso. Todo acabó en un suspiro y un susurro, su nombre: Ashley.





“Cuando creemos que todo va bien, siempre hay algo que puede salir mal. No esperes para decirle a alguien lo que sientes, porque nunca sabes cuando va a ser la última vez que veas a tus seres queridos. Aprovecha al máximo el tiempo que pasas con esa persona tan especial para ti, dedícale siempre tu mejor sonrisa y fírmala con tu mejor beso o caricia. No te calles nunca un “Te amo” o un “Te quiero”. Siempre se agradece escucharlo y sentirlo. Porque no hay mayor felicidad, que la que te brinda un amor correspondido”


-Éxort-

martes, 10 de septiembre de 2013

El último viaje

      Estábamos mirando en varias agencias de viaje los precios para poder realizar esa luna de miel que tanto deseábamos hacer. Un viaje a su tierra natal: China. Llevábamos dos años casados, pero por culpa del dinero y de la falta de tiempo, no pudimos irnos en su momento, ni siquiera a pasar unos días en un hotel. Ahora que teníamos unos ahorros extra, podíamos costearnos esa ansiada luna de miel.

   Conocí a Kumiko en una conferencia de música en Los Ángeles. Yo estaba trabajando de colaborador y músico en uno de los stands del recinto, y ella era una cazatalentos de una compañía discográfica bastante reconocida y prestigiosa. Yo tenía por aquel entonces 20 años recién cumplidos, y ella unos 24 años. Se paró delante de mi stand a escuchar todo mi repertorio, sentada en uno de los “puf” que habían y, con una gran y bella sonrisa, se acercó a mí cuando terminé y me dio una tarjeta con un número de teléfono y una dirección. Yo al principio pensé que era demasiado directa para una primera cita, hasta que fui a la dirección. Era la ubicación de la discográfica. Una vez entré en el sitio, me dirigí al mostrador y pregunté por el nombre de la tarjeta. Y ¿cuál fue mi sorpresa? Al entrar en el despacho que me habían indicado, la vi sentada en la silla de la vicepresidencia de la compañía.

-Adelante, Ángel. Le estaba esperando –me dedicó una gran sonrisa, decorada con unas sonrojadas mejillas.
-Usted debe de ser la señorita Kumiko, es un placer –le devolví la sonrisa, entrando en el habitáculo.
-Por favor, trátame de “tú”, que no soy tan mayor –rió y me invitó a sentarme.
-Lo mismo digo –me senté en una de las sillas del despacho, quedándome de frente a ella.
-No voy a andarme con rodeos, Ángel. Seré breve y directa. Nos gustaría que trabajases para nosotros como músico. Sería un honor para todos, y para mí, que nos prestases tu talento.
-Pues si que eres directa –me quedé asombrado con el comentario que hizo-. Para mi será un placer compartir mi talento con usted y su equipo.
-Del contrato me encargo yo. ¿Qué tal si nos tomamos un café, y hablamos de las condiciones? –me guiñó un ojo, con un gesto pícaro.
-Será un placer compartir un café con una señorita tan guapa –¿estaba ligando conmigo? Trabajo y cita en el mismo día, impresionante.
  
      Después de ese café y de una tarde de risas y charlas acerca de la música, fuimos indagando un poco más en nuestros gustos y esas cosas, hasta terminar por quedar para cenar. No hace falta que describa lo que pasó después de la cena. ¡Nos fuimos a la playa!

       Esa noche comenzó una bellísima historia de amor entre los dos que al cabo de unos años llegó al matrimonio. No nos importaba la diferencia de edad que había entre ambos, ella era una bellísima persona en todos los sentidos, y ella decía lo mismo de mí, así que éramos una pareja perfecta.

-Mira, cari. Esta es la agencia más barata que he encontrado, y el precio está dentro de nuestro presupuesto. ¿Qué me dices? –me preguntó ella sentada en la silla del ordenador, con sólo un camisón a modo de “ropa de estar por casa”.
-¿Nos sobraría algo para subsistir allí el tiempo que estemos? –la abracé por la espalda, dándole un tierno beso en la mejilla.
-Ya te dije que mis padres nos darían alojamiento, por la comida y todo eso no te preocupes. Además, todavía está vivo mi todoterreno. Podremos movernos sin gastar más que la gasolina –me sonrió y me dio un beso en los labios.
-Bueno –miré la pantalla, viendo la “ganga” que había encontrado-. Por ese precio creo que sí que vale la pena hacer la reserva.
-¿De veras? –se le dibujo una amplia sonrisa.
-Pincha aquí, reserva los billetes para esta semana.
-¡Genial!

       Me encantaba verla feliz. Después de seis años en Los Ángeles, por fin iba a poder volver a casa, aparte de para ver a sus padres, para mostrarme su cultura en un emocionante y pasional viaje de luna de miel. Tras hacer la reserva de los billetes, nos pusimos a hacer las maletas, ya que teníamos que coger el avión en cinco días. Preparamos todo: ropa, cosas para el aseo, alguna que otra caja de preservativos y botes de lubricante, y cómo no, la cámara de fotos. Tuvimos la suerte de que a ambos nos cedieron las vacaciones al mismo tiempo, lo que hizo que pudiésemos viajar al fin.

      La noche antes del vuelo, nos tumbamos en la cama a planificar todo lo que haríamos una vez estuviésemos allí, los lugares a los que teníamos que ir sí o sí, los restaurantes más típicos y buenos a los que podíamos ir a comer, y algún que otro motel de carretera en el que poder pasar una noche loca sin que estuviesen los padres de ella escuchando lo que hacíamos. Pensaban que si hija llegaría pura y casta hasta el día de la boda. Pobres ilusos.

***




      Llegamos puntuales al vuelo, a pesar de que salíamos a las ocho de la mañana. Facturamos las maletas y nos subimos al avión. Nos esperaba un largo viaje a bordo de aquel avión. Pero como habíamos empatado la noche con la mañana haciendo ejercicio intenso y salvaje, el cansancio y falta de sueño ayudarían a hacer el viaje algo más ameno. Doce horas y media durmiendo en los comodísimos asientos del avión. Menos mal que nos acordamos de coger un par de almohadas y mantas.

       Las dos primeras horas del vuelo fueron eternas. Entre que el desayuno no salía, que cuando salió estaba frío (y comer huevos, beicon y salchichas fríos como que no era algo agradable) y que el café casi nos sirve de ducha, teníamos el primer tramo del vuelo completo. Suerte que con el bodrio de película que nos pusieron nos terminó de entrar el sueño. Nos acurrucamos el uno junto al otro como pudimos, intentando no clavarme mucho el reposabrazos del asiento, dándole mayor comodidad a ella. Era algo bello verla dormir, era como ver un ángel.

      Tras un largo descanso de más de ocho horas, llegamos por fin al aeropuerto de Pekín. Sus padres nos habían ido a buscar, entusiasmados por ver al que era el marido de su hija. Y al parecer les guste. No entendía mucho de chino, pero tenía a la traductora más guapa del mundo como esposa.

      Nos montamos en el coche y fuimos a casa de los padres. Vivían en la periferia de Pekín, en una casa bastante acogedora  y rústica. Una vez nos instalamos, nos prepararon la cena y la habitación para cuando quisiésemos dormir. Después de cenar algo, con una falta de sueño increíble, comenzamos a hacer turismo por la capital. No cogimos el coche, directamente empezamos a caminar y caminar, observando el paisaje y sacando alguna que otra foto. Nos parábamos en algún escaparate para mirar, en un McDonald para comprar una bebida y una tienda de electrónica para comprar una tarjeta de 16 Gb para la cámara. China era preciosa. Su gente, su arquitectura, su cultura. Todo era magnífico. Tras recorrernos un par de kilómetros de ciudad, nos fuimos de vuelta a la casa de los padres para poder descansar un poco, ya que mañana tocaba el auténtico turismo. Llegamos a eso de las dos de la mañana, hora local, y nada más entrar, nos dimos una ducha calentita y nos fuimos a dormir. Y lo que no era dormir, también. En silencio no se disfruta tanto, pero el hecho de tener a los padres en la habitación de al lado le daba un poco más de morbo.

      Nada más levantarnos, nos esperaba un rico desayuno en el comedor. Zumos, fruta, tostadas. Había de todo para poder coger fuerzas. Nos empachamos en el desayuno, preparamos la cámara y la ropa, y salimos a la aventura. Con cada calle que atravesábamos, con cada monumento que visualizábamos, me fascinaba cada vez más. Sacaba fotos como un loco, tanto a lo que veíamos, como a nosotros mismos, ya que tenía la intención de crear un álbum de fotos cuando volviésemos. Petamos la tarjeta de memoria enseguida. No llegó a la hora de comer. En lo que Kumiko compraba unos bocadillos, bebida y algo para picar, yo me acerqué a un puesto ambulante a comprar una Polaroid, para tener algunas fotos en el instante en el que las sacábamos. Nada mas comprarla, me acerqué a Kumiko y le hice una foto sin que se diese cuenta. Quedó preciosa. Esperé unos segundos para poder verla, y para ser pillado. Tras la espera, al fin se reveló la foto y se la mostré. Era una foto hermosa, conseguí captar su belleza en aquella foto. Después de ver la foto, nos pusimos a comernos los bocadillos y los pinchitos de insectos que había comprado. Al principio me parecieron repulsivos pero, después de verla comer y decirme eso de: “Los vas a probar sí o sí, aunque no los comas, me vas a tener que besar, ¿no?” Lo que no mata, engorda. Era cierto eso de que saben a pollo. Me pareció algo alucinante.  

      Tras comer y reponer fuerzas, nos dispusimos a retomar la caminata hacia uno de los templos más famosos y hermosos de la capital. Lo malo fue que comenzó a llover, no muy fuerte, pero intensamente. Nos pusimos la capucha de los abrigos y nos pusimos en marcha. Comenzamos a caminar y en un cruce de vías, nos dispusimos a cruzar. A la señal del policía, comenzamos a cruzar. Pero escuché un sonido poco agradable, acercándose peligrosamente hacia nosotros. Levanté la vista del suelo y vi, como por el lado de Kumiko, se acercaba una furgoneta a gran velocidad, pero frenando, haciendo chirriar los neumáticos contra el asfalto. La velocidad y el suelo mojado no era una buena combinación. Mi reacción fue la de anteponerme al peligro, empujando a Kumiko con algo de fuerza, apartándola de la trayectoria del vehículo a escasas milésimas de segundo de impactar, haciendo que este terminase de frenar con mi cuerpo. El impacto fue brutal. Me quedé en el suelo, empapado en un charco de cristal y sangre. Tras unos pocos segundos, pude observar como el rostro de Kumiko apareció, con un pequeño morado en la frente por el golpe contra el suelo. Sólo la veía llorar horrorizada, acariciándome las mejillas, quitándome algún que otro cristal. Cada vez aparecían más y más personas, la mitad hablando por teléfono. Yo, a cada segundo que pasaba, me iba mareando más y más. Antes de perder el conocimiento, vi como Kumiko se tumbada sobre mí, dándome un beso en los labios, suave y dulce. Dejé caer la cabeza hacia un lado, pudiendo ver por última vez la foto de la Polaroid, siendo está la última que vería. Tras sentir una última caricia, sentí como todo mi cuerpo dejaba de responderme, y finalmente perdí el conocimiento.




***

      Por suerte, la historia no acabó para mí. Me desperté a los pocos días en el hospital. Y allí estaba, sentada en la silla al lado de la cama, agarrándome la mano mientras dormía. En aquel momento me volví creyente, ya que no se ni cuantas veces le dí gracias a Dios por haberme dado una segunda oportunidad.

-Kumiko... –balbuceé.
-¿Ángel? –se despertó suavemente y cuando me vio con los ojos abiertos, dio un sobresalto- ¡Ángel! ¡Te has despertado! –se lanzó sobre mí, llenándome de besos.

      Aquel día aprendí que el dolor se cura con amor, ya que las heridas no habían terminado de sanar, y estaban siendo aplastadas. Pero no me importó. El amor sobrepasaba al dolor en aquel instante. Por suerte para mí, aquel no había sido el último viaje.


      Un par de años después tuvimos una hija, bellísima como la madre, a la que bautizamos como “Siu” que significa “revivir”. Ahí comenzó de nuevo la vida para nosotros, pero especialmente, para mí.

miércoles, 19 de junio de 2013

"Siempre en medio"



                Estábamos llegando a nuestro destino cuando de repente noté que Alan se acercó a mi casco y me dijo: “Acelera, que me meo”. Aquellas palabras eran música para mis oídos, así que subí la marcha y aceleré a fondo, notando como el rugido de la Harley se hacía ensordecedor y potente, impulsándonos a gran velocidad por la larga y vacía avenida principal. Al fondo vi como el semáforo se puso en rojo y aminoré. No quería pagar más multas en lo que quedaba de mes. Tras pararnos en el semáforo, empecé a notar como la moto daba pequeños brinquitos. Miré a mí alrededor y me percaté de que la pierna de Alan no paraba de temblar. Me estaba poniendo de los nervios. Me estaban entrando ganas de mear a mí también.



-Como sigas así, vas a ir caminando –le dije mientras le puse la mano sobre la inquieta pierna para que parase con el maldito “tic”-. ¡Me pones de los nervios!

-Perdona Mike. ¡Pero es que me estoy meando!

-Pues hazte un nudo o piensa en otra cosa, pero deja ya el jodido tembleque.



                Tras sermonearle, alcé la vista al frente y vi la figura de una mujer, sentada en un banco y por lo que parecía, estaba llorando. Tras analizar dicha figura, me percaté de que era Anne. ¿Qué hacía sola a esas horas en la calle, y encima llorando? Le di unos golpes al casco de Alan y le hago señas para que mirase en dirección a nuestra amiga. Yo sabía que estaba así por mi culpa. Yo la amaba, y ella me amaba a mí, pero también amaba a Alan. Entre los tres tuvimos una fuerte discusión y nos peleamos. Pero al tiempo le expliqué a Alan lo que sentía por ella y lo aceptó, y me hizo entender que se sentía culpable por la situación. Aunque yo no entendí muy bien el porqué.



-Ve con ella... –le dije en un tono seco, casi obligándole.

-Pero Mike, tú...

-No importa, sabes perfectamente que te ama. Yo ya lo he superado... Estáis hechos el uno para el otro.

-Gracias, Mike. Eres un gran amigo...



                Eres un gran amigo. No sabía si alegrarme o llorar también, pero aquellas palabras me habían llegado al alma. ¿Realmente había superado el no poder ser correspondido? No creía que fuese cierto. Tiempo atrás estuve bastante enamorado de Anne. Era una chica lista, guapa y tenía un buen sentido del humor. Era una persona agradable. Pero empezó a salir con Alan, y fue ahí cuando me di cuenta de que no era para mí.



                Tras darme las gracias, se bajó corriendo de la moto y sin mirar si quiera si venían coches, cruzó la avenida hasta llegar a Anne mientras se quitaba el casco. Vi como lo miró con un rostro que mostraba confusión, pero se levantó cambiando mostrando una sonrisa, secándose las lágrimas que caían por su rostro. Me quité el casco para que me diese un poco el aire. Cuando me lo termine de quitar vi como Alan, cuando llegó hasta Anne, la besó con pasión. Eso fue como un gran puñal clavándose en mi corazón, aunque ya sabía que lo nuestro era imposible. A pesar de que una vez nos acostamos, yo sabía que me estaba utilizando para intentar sacarse a Alan de la cabeza, y no sabía muy bien el porqué, pero aquel día me dejé llevar. Desde hacía algún tiempo sentía algo más que amistad por ella. Pero era imposible. Me había enamorado de ella, y cuando me pidió ayuda, no se la negué.



                Aquella noche me pidió que me quedase en su casa a dormir, que no quisiera pasar la noche con Alan, y como amigo suyo que era acepté sin dudarlo. Tal vez ese fue mi error. Bebimos un poco esa noche, pero no lo suficiente como para emborracharnos. Tras decidir que ya era tarde para seguir bebiendo, decidimos subir a la habitación a dormir. Ahí empezó todo. Mientras hablábamos los dos tumbados sobre la cama, ella se abrazaba cada vez más fuerte a mí. Como no sabía cómo reaccionar, le fui a dar un beso en la frente. Ella, no sé si por accidente o adrede, miró hacia arriba, haciendo que mis labios fuesen directos a los suyos, dándole un suave beso en los labios. Tras esto, aparte la mirada rápidamente, seguramente tornándome de un color rojizo, pero ella no hizo lo mismo. La miré disimuladamente y vi como su mano se acercaba lentamente a mis mejillas, y tras darme una suave caricia, me agarró por el mentón y se acercó a mí.



-Bésame, Mike... –me dijo con un tono sensual y lascivo, besándome en los labios.



                No sé por qué, pero aquel beso me gustó más de la cuenta. Sentí un gran placer cuando sus labios rozaron los míos y se unieron en ese beso. Yo sabía que no podía seguir, pero no podía parar el deseo de mi cuerpo por continuar. Pero entre besos y caricias, llegó el plato fuerte. Sus manos comenzaron a masajearme el miembro, que más erecto no podría estar. Sólo vestíamos con el pijama, que en mi caso era solo un bóxer de color negro y el de ella un camisón y calcetines.



-Anne, esto no está bien... No puedo hacerlo... ¿Y Alan?

-Que le den a Alan –dice mientras me quita la ropa interior-. Sabes que desde el principio yo te amaba a ti –sus manos me agarraban firmemente el miembro, comenzando a masturbarme-. Tú solo disfruta...

-Anne... Agh... No, para... –más que palabras, solo podía soltar leves gemidos.

-Te amo...



                Fue ahí cuando me dejé llevar por completo. Ni me planteé tan siquiera si realmente me amaba o no, pero hacía muchísimo tiempo que no sentía tanto placer y ansias de poseer a alguien. Al cabo de un rato, nos olvidamos de las manos y ella se colocó sobre mí, cabalgándome sin control. Entre embestidas y cambios de posiciones, nalgadas y mordiscos, gemía cada vez más alto. Nuestros cuerpos chorreaban sudor, y la cama se desplazaba a causa del movimiento que hacíamos. A veces notaba como si ella no estuviese allí, como si estuviese pensando en otra cosa, pero me daba igual. Si estaba pensando en él, no me importaba. Yo sabía desde un principio que me quería utilizar para ver si lograba olvidarse de él, pero no me importaba. Después de tanto tiempo, le estaba haciendo lo que tanto quería hacerle. En el último cambio de postura, cambiamos también de orificio. Durante la última media hora practicamos sexo anal, salvajemente, llegando a romper el somier de la cama. Tras llegar al orgasmo y de eyacular con ansia y fuerza, nos quedamos abrazados en la cama, sudorosos pero satisfechos. Su cuerpo desnudo y marcado por mis arañazos y mordiscos fue la última imagen que tuve de ella antes de dormirme.



                A la mañana siguiente, cuando me desperté, miré la cama y la vi vacía. Parecía que se había ido, porque sus cosas no estaban. Me levanté de la cama para ir al baño a ver si por casualidad estaba en la ducha, pero tampoco estaba. Solo había una nota pegada en el espejo del baño que ponía:



“Lo siento, Mike. No sé por qué lo hice. Te pido perdón por lo de anoche, no debería de haber pasado. Por favor, vete antes de que vuelva del trabajo. Y de verdad que lo siento... Te mentí”



                Pude ver como en la hoja había secas unas marcas de gotas, que supongo que serían lágrimas. No daba crédito a lo sucedido. No podía creer lo que había hecho. Era obvio que me había tratado como un juguete, pero no pude detenerla, no pude detenerme. Tras dejar la nota en el lavabo, lo único que pude hacer fue meterme en la bañera vacía y llenarla con un mar de lágrimas que empezaron a brotar en mí, repitiéndome una y otra vez: “¿Por qué lo hice?”. Lo peor no era eso. Lo peor era que no podía sentir odio ni rencor hacia Anne, ni mucho menos contra Alan. Sentía como si hubiese hecho algo bueno por ellos, un favor a un amigo. Aunque fuese yo el que terminase mal.



-Mierda... ¿Por qué me vienen esos recuerdos a la cabeza? –les volví a mirar y solo veía amor. Un amor que nunca podrá ser mío.



                Aparté la vista rápidamente y me quedé mirando fijamente el cuentakilómetros de la moto, que reflejaba la luz del semáforo en una noche que para mí se tornaba de nubes y dolor. Pude ver por el reflejo de la moto, como la luz del semáforo se ponía de color verde y, sin alzar la vista, aceleré. De repente, oigo como una sirena se acerca rápidamente hacia mí y cuando miré, solo pude ver el rostro de la muerte sonriéndome. Una ambulancia me embistió, haciendo que saltara por los aires junto a los pedazos de la Harley. Caí al suelo dando varias vueltas campana, raspando toda mi piel contra el asfalto y dejando un rastro tras de mí, un gran rastro de sangre y trozos de la ropa que llevaba puesta. Cuando por fin dejé de girar, quedé tumbado boca arriba una de las tibias rota, saliéndose del pantalón, uno de los brazos completamente desencajado del hombro y el torso empapado en sangre con trozos de metal clavados en él. No muy lejos vi la moto completamente destrozada por el brutal impacto. No la vi venir. Estaba tan ausente en mis pensamientos que no presté atención a lo que me rodeaba salvo a la feliz pareja. Quedándome ya sin fuerzas, deje caer mi cabeza en el suelo, volviendo a sentir como las lágrimas de dolor volvían a brotar de mis ojos. Ya era demasiado tarde para pensarlo de nuevo, pero otra vez me vino esa frase a la cabeza y me dejó desorientado: “He sido un juguete”.



                No me importaba morir en aquel momento, lo único que quería era que todo fuese un sueño, una mala pesadilla de la que pronto despertaría.



                El cielo nublado descargó con fuerza una lluvia violenta y salvaje, que acariciaba mi piel, pero que no llegué a sentirla. Cuando parpadeé lentamente vi como el rostro de Anne aparecía ante mí y me hablaba, pero no lograba escucharla. Al otro lado veía a Alan hablando por el móvil. Hacían una buena pareja. Se acercó el hombre que conducía la ambulancia preocupado y llevándose las manos a la cabeza mientras parecía cagarse en los muertos de alguien. Las frías manos de Anne se acercaron a mi rostro y me acariciaron, y solo llegué a entender dos palabras que me había dicho aquella noche mientras me utilizaba: Te amo.



                Tras ver como rompía de nuevo a llorar, sentí sus labios besar los míos, haciéndome recordar aquel dulce beso. Sentí como se me paraba el corazón y como se me cortaba la respiración, y en un último intento de acariciarle la mejilla mientras me besaba, todo se volvió negro.



                A pesar de todo, me llevé uno de los recuerdos más bonito y doloroso que me pudo dar la vida: su beso.

martes, 12 de marzo de 2013

"Todo ha acabado"

Desde hacía ya un par de meses, notaba que Helena estaba más distante conmigo. Ya no quería abrazarme tanto como antes, ya no me besaba a penas cuando nos veíamos al llegar del trabajo y siempre venía con una colonia distinta a la que se ponía por las mañanas. Llamé a los chicos del club para que mirasen a ver si había algo raro en su rutina, ya fuese en el trabajo o con algún amigo. Y la peor noticia se confirmó a los pocos días de empezar con el seguimiento. Recibí una llamada de Charlie a eso de las tres de la tarde, momento en el cual Helena salía de trabajar para ir a tomar algo antes de retomar la jornada de trabajo.



-Hey, Jack. Soy Charlie. Tengo...una noticia acerca de tu chica que no creo que te guste mucho, pero me siento en la obligación de contártelo.

-Me estas asustando, Charlie. ¿De que se trata? –le dije con una voz algo temblorosa.

-Verás, acabo de ver como Helena sale del trabajo bajo el brazo de un tío algo mas bajito que tú, trajeado. Y van cogidos de la mano.

-¿Estás seguro de que es Helena, de que es mí Helena? –negué levemente con la cabeza.

-Mi vista no me falla, chico. Esas caderas y ese corte de pelo es inconfundible, macho. Estoy observando desde la furgoneta en la calle de enfrente, y estoy usando mis prismáticos. Anthony puede confirmártelo si quieres.

-Chicos, no quiero cagarla con esto. Quiero que esté más que confirmado antes de hacer nada.

-Oye, Jack –era la voz de Anthony-. Te puedo jurar que es tu chica. De todas formas, hemos pagado al camarero para que eche un vistazo. Le hemos mostrado la foto de tu chica para que pudiese identificarla.

-Joder –se me comenzaron a rayar los ojos-. Lo sabía. Sabía que me ocultaba algo, aunque me lo negara todo.

-Jack, lo siento tío. De todas formas, esperaremos a que se vallan para acercarnos al chaval y preguntarle, para sacarnos de dudas.

-Da igual, chicos. Ya es oficial que soy un puto cornudo de mierda. Gracias por todo. Cuidaos.



     Antes de que pudiesen responderme colgué el teléfono y lo lancé tan lejos como pude, estrellándolo contra la pared. Las lágrimas de rabia y dolor no paraban de brotar de mis ojos y recorrer mis mejillas. Apretaba con fuerza las manos, intentando asimilar lo que estaba pasando. Pero no podía, era tanto lo que había pasado con ella que me resultaba algo bastante complicado el pensar que me estaba engañando con alguien del curro.



       Ese día me había fugado de la discográfica para continuar con mi investigación ya que, mi horario era de nueve de la mañana a cinco de la tarde en horario continuo. Teníamos solo una pausa para el bocadillo y ya está, y aún así nos lo daban en la sala de grabación. Lo cual significaba que no sabía de Helena hasta la tarde/noche, que era cuando ella llegaba.



          No tenía a ningún conocido por la zona de su trabajo, se tardaba más o menos una hora y media en llegar si ibas en coche o moto, y había poca cobertura de móvil. Todo era perfecto para una aventura sin limitaciones.


         Estuve un par de horas llorando solo en mi casa y bebiéndome todas las botellas de whiskey que había en la despensa. Recibí un mensaje en mi móvil de parte de Anthony en el que decía: “Acaban de salir del trabajo y se están dirigiendo a la casa de él, pero les hemos perdido en un atasco en la autopista, pero sabemos que vive en una casa amarilla dos manzanas por encima de tu casa. No hagas ninguna locura”. A los pocos segundos de recibir el mensaje me levanté como pude, me acerqué al garaje y cargué la pistola, colocándole el silenciador y guardándola en mis pantalones. Me acerqué a la moto y me monté, arrancándola y acelerando al máximo, intentado ver si llegaba antes que ellos.



       Cuando pasé las dos manzanas, puede ver como ante mí había una serie de casas de madera, todas pintadas en blanco menos una. La había encontrado. Aparqué la moto lo más lejos que pude, pero en un sitio que fuese visible desde lejos, ya que la calle de la casa solo tenía una entrada que hacía a su vez de salida. Me acerqué a la puerta de la casa y entré, tirando la puerta de un fuerte golpe. Tras unos segundos mirando a mi alrededor, y por impulso, volví a colocar la puerta en su sitio, para que al entrar no sospecharan nada. Subí corriendo a la habitación principal y me metí dentro del armario, esperando a que llegasen, con los ojos completamente inundados en lágrimas.



-Como entre por esa puerta... todo habrá acabado –dije para mi mismo, esperando.



       Tras un par de minutos de espera, oí como un coche aparcaba fuera. A los pocos segundos se habría la puerta de la casa y comencé a oír voces, y entre ellas la de Helena algo excitada.



-¿Y que le diré cuando vea que me crece el vientre? –preguntó ella.

-Pues no lo sé, dile que la ultima vez que lo hicisteis se pinchó el condón o algo –oí una voz masculina y luego el sonido de besos.

-Pero según la prueba, el semen es tuyo, ¿qué hago si decide hacerle la prueba del ADN al bebé?

-No lo sé, de aquí a allí tendremos tiempo de pensarlo. Ahora vamos al cuarto antes de que se haga la hora de irte.



      Seguí escuchando besos, gemidos y pasos, seguidos del crujir de los escalones de madera. Al momento, se abrió de golpe la puerta de la habitación y les vi entrar. Ella estaba semi-desnuda, subida a él, besándole con pasión en los labios. Mi ira se desbordó en ese momento, ya no necesitaba más pruebas. Definitivamente su “amor” por mí había desaparecido. Saqué mi pistola del pantalón y de una patada rompí la puerta del armario y les apunté una vez les vi caer en la cama.



-Eres una maldita zorra de mierda –les dije conteniéndome las ganas de vaciar el cargador sobre sus cuerpos.



       Ambos se sobresaltaron con el estruendo de la puerta del armario, quedándose ambos en shock al verme.



-¿Jack? ¿Qué haces tú aquí? –dijo ella tartamudeando.

-Confirmar mis sospechas acerca de lo puta y mentirosa que eres. Y en cuanto a ti, rubiales, no volverás a ver la luz del sol.



     Antes de que el tipo pudiese pronunciar palabra apreté el gatillo dos veces apuntándole a la cabeza, haciendo que su sangre bañase la cara de Helena. Ella comenzó a gritar de pánico, quitándose el cuerpo del individuo aquel de encima y luego mirándome con miedo.



-Jack, por favor... Deja que te lo explique –comenzó a llorar, arrodillándose ante mí.

-No tienes nada que explicarme. Si no me amabas, solo tenías que decírmelo... y no acostarte con el primero que pase. Que menuda coincidencia, el es el tipo de chico ideal para ti, según tú. Rubio y de ojos claros. Perfecto, ¿no?

-Jack... por favor...

-No hay favor que valga... Todo a acabado...



        Me acerqué a ella, obligándola a tumbarse de nuevo en la cama y abriéndole las piernas. La miré a los ojos y luego coloqué la punta del silenciador en su vagina, apuntando de tal forma que el tubo del silenciador, quedase en perpendicular a la cama, apoyándose de lleno en el clítoris.



-Nadie volverá a entrar aquí, si no soy yo...



        Sin pensármelo dos veces apreté el gatillo, disparando tres veces sobre su zona íntima, dejándola completamente encharcada en sangre y gritando de dolor. Me alejé un par de pasos de la cama, mirando como se retorcía de dolor gritando mi nombre.



-Ya nadie podrá hacerte daño nunca más. Ni si quiera yo... –me introduje el cañón del arma en la boca y apreté el gatillo, desparramando mis sesos por las cortinas y paredes.



       Al caer redondo al suelo, y unos segundos antes de que perdiese la vida, pude ver como los chicos del club entraban corriendo en la habitación y se quedaban mirando atónitos la escena. Tras echar un último vistazo a la ensangrentada mentirosa, esbocé una sonrisa y todo se volvió negro para mí.












Si el amor falla en tu vida, si sabes que lo que sientes hacia otra persona esta menguando, desapareciendo, más vale que tengas el valor de decírselo a la cara antes de cometer un error fatal, ya que las cosas pueden acabar peor de lo que te imaginas. La mentira y el orgullo son la auténtica perdición del ser humano”



-Éxort-