El motor del Aston
Martin rugía pidiendo más velocidad. Ella estaba casi inconsciente en el
asiento del copiloto, desangrándose por el disparo que recibió en el abdomen.
Sus ojos reflejaban dolor y agonía, pero al mismo tiempo seguían teniendo esa
expresión de ternura que me había enamorado meses atrás. Ese verde azulado que
me hacía enloquecer, hoy se mezclaba con el rojo de la sangre y del dolor. A
medida que avanzábamos la carretera se iba despejando, y de vez en cuando nos
topábamos con algún que otro coche. Suerte que mi destreza al volante era
bastante buena, y pudimos evitar en más de una ocasión acabar en la cuneta.
Tomé la primera salida que vi, entrando en la ciudad de nuevo, pero más cerca
del hospital. El tiempo se agotaba, se estaba muriendo y yo no podía hacer nada
mas que conducir a toda prisa para llegar lo antes posible. Después de casi
atropellar a un par de civiles que estaban en la zona de la entrada del
hospital, paré en seco delante de la puerta y salí a toda prisa del coche,
sacándola a ella en brazos y entrando en el recinto. Una vez dentro ya todo fue
más rápido. Se acercaron un par de médicos a nosotros tras oír mis gritos de
desesperación, trayendo consigo una camilla y un par de enfermeras, que me
ayudaron a colocar a Ashley sobre la camilla, haciéndole un torniquete en la
herida y llevándosela a lo que supongo sería el quirófano. Yo me quedé a las
puertas de la habitación, con las manos y el torso lleno de sangre, dejando
brotar lágrimas de felicidad y angustia. No sabía como reaccionar, ya que por
un lado habíamos llegado al fin al hospital y ya estaba atendida, pero por otro
lado me inundaba la sensación de angustia por el simple hecho de que estaba en
el fino hilo de la vida, estando este a punto de romperse. Cómo pude permitir que
sucediera todo aquello, la culpa de que recibiese el disparo era solo mía.
Tuvimos que darle directamente el bolso a aquel desgraciado.
***
Acabábamos de
aparcar cerca del centro comercial para ir a cenar a un restaurante que hacía
ya tiempo que queríamos visitar. Aquella iba a ser la noche en la que al fin le
pidiese matrimonio a Ashley. Su larga melena azabache caía por encima de su
hombro izquierdo, haciendo que la vista se perdiese en el escote del vestido
largo y rojo, y continuase por las curvas de su cintura, dándole un buen
acelerón a mi corazón y cortándome la respiración. El delineante que había
usado hacía resaltar sus hermosísimos ojos verdes azulados y a sus coloradas
mejillas. Era una mujer bellísima, y una muy buena persona. Y el piercing que
decoraba su labio inferior le daba un toque rebelde. La mezcla perfecta. La
miré a los ojos, extendí mi brazo y sonreí.
-¿Lista para
nuestra noche? -sonreí amable.
-Estoy más que
lista. No sabes cuanto tiempo llevo esperando pasar una noche contigo, asolas
-se mordió levemente el labio inferior, cogiéndose de mi brazo y dándome un
suave beso en los labios-. ¿Y tú? ¿Estás listo?
-Por supuesto.
Tengo a la más bella mujer a mi lado, caminando bajo un cielo lleno de
estrellas en una noche de luna llena. ¿Qué más puedo pedir? -se sonrojó tras
oír mis palabras y comenzamos a andar hacia la puerta del local.
Habíamos oído
hablar mucho de aquel restaurante, y siempre con buenas críticas. Estuve
indagando un poco más acerca del sitio y llegué a la conclusión de que sería el
sitio perfecto para pedirle matrimonio. Ya tenía comprado el anillo de oro con
una pequeña inscripción de nuestra fecha de inicio de relación, que fue ya hace
más de un año. Todo era perfecto.
Nos acercamos a la
entrada y un camarero, muy bien trajeado, nos guió hasta la mesa que habíamos
reservado. Una mesa junto al ventanal que dejaba ver la imagen de la ciudad de
Londres iluminada por la luz de la luna y el alumbrado público. Una imagen que
era hermosa, como la mujer que estaba sentada justo delante de mí. Pedimos una
botella de vino y algún que otro plato para cenar. Entre risas y caricias iba
pasando la noche, cada vez estaba más convencido de que tenía que pedirle sí o
sí matrimonio. Así que, justo antes de pedir el postre, comencé a dejarlo caer.
-Cielo, hay algo de
lo que me gustaría hablar contigo -acaricié suavemente una de sus manos,
mirándola a los ojos.
-Claro, Ángel. ¿De
qué se trata? -me sonrió ladeando levemente la cabeza, devolviéndome las suaves
caricias.
-Verás. Llevo mucho
tiempo dándole vueltas a una cosa que para mí es importante, y espero que
pronto lo sea para ti -comencé a ponerme un poco nervioso.
-No me digas que va
a venir tu madre a vivir con nosotros -rió.
-No, tranquila que
eso no pasará -reí con ella casi al unísono-. Es algo muchísimo más importante
y que te influye directamente a ti.
-Oh, me estás
asustando, cari. Dime. ¿Qué ronda por esa cabeza loca? -me acarició con dulzura
la mejilla.
-Tus caricias me
dan fuerzas para decírtelo sin miedo -me levanté lentamente de la silla,
acercándome a ella y apoyando una de mis rodillas en el suelo-. Ashley, desde
hace un par de meses que llevo pensando en esto. La convivencia contigo es
maravillosa, tu amor me hace mirar a la vida con ganas de disfrutarla y de
seguir adelante, tus caricias por las mañanas hacen que merezca la pena ir a
trabajar, ya que acompañadas con tus besos son el mejor recibimiento que pueda
darme alguien cuando llego a casa después de un duro día. En este tiempo que
llevamos juntos me has hecho el hombre más feliz que hay sobre la faz de la
tierra, y por eso hoy... Quiero pedirte una última cosa... -se llevó las manos
a la cara, intentando ocultar sus sonrojadas mejillas y secándose alguna que
otra lágrima que comenzaba a brotar de sus hermosos ojos-. Ashley Wilson,
¿quieres casarte conmigo? -saqué la pequeña cajita que contenía el anillo y se
lo ofrecí.
-Ángel... Yo...
¡Acepto! -no pudo contener las lágrimas y salto sobre mí, llenándome de besos y
dándome un fuerte abrazo.
-No sabes lo feliz
que me has hecho, y lo feliz que me harás... -me separé momentáneamente de ella
para colocarle el anillo en el dedo y sonreírle una vez más.
Después de estar un
rato llorando de felicidad, nos tomamos el postre y pagué la cuenta. Dije que
aquella iba a ser nuestra noche y así fue. Aceptó mi proposición y ahora íbamos
a ser marido y mujer. Estaba desbordando felicidad. Cogimos nuestros abrigos y,
cogidos de la mano, salimos dirigiéndonos al coche, para volver a casa y
disfrutar de lo que quedaba de noche. Pero me dio un escalofrío nada más salir
del local. Algo que me daba siempre muy mal rollo puesto que después siempre
pasaba algo malo. Me aferré fuerte a ella, abrazándola y acercándola lo máximo
posible hacia mí. Ella notó que algo raro me pasaba y me preguntó.
-Cari, ¿que te
ocurre? -frunció levemente el ceño, extrañada por mi repentina acción.
-No lo sé, pero me
acaba de dar un escalofrío, y ya sabes que me pasa cuando me dan -miré
preocupado en todas las direcciones, buscando algún posible peligro, pero no
veía nada más que coches aparcados y las farolas encendidas.
-Tranquilo cielo,
no va a pasar nada malo. Esta es nuestra noche, ¿recuerdas? -me sonrió y dio un
ligero pellizco en la mejilla.
-Tienes razón, hoy
es nuestro día y nada ni nadie va a estropeárnoslo -sonreí y volví la vista al
frente.
Me equivoqué. Justo
delante acababa de aparecer un hombre de un callejón, vestido con una chaqueta
larga y oscura, con pinta de tener malas intenciones. Nos paramos en seco y nos
quedamos mirando con miedo al individuo, que sacó una pistola de la chaqueta y
nos encañonó una vez llegó corriendo hasta nosotros.
-¡Dadme todo lo que
tengáis encima, u os mato aquí mismo!
-No te vamos a dar
nada, maldito desgraciado -dije con un tono seguro y tranquilo, ocultando a
Ashley tras de mí.
-¡Imbécil! -se
abalanzó sobre mí con la intención de apartarme, apuntándome a la cabeza con el
arma.
La jugada le salió
mal. Mi padre era militar y me enseñó técnicas para desarmar al que me
estuviese atacando, y apliqué esos conocimientos. Comenzamos a forcejear,
moviendo la pistola de un lado para otro. Ashley, siendo prudente, salió
corriendo a ocultarse detrás de un coche, pero no le dio tiempo. El individuo
apretó el gatillo del arma, con tan buena puntería, que le dio a Ashley en el
abdomen. Tras un silencio incomodo y un grito ahogado en el viento, le arrebaté
por fin el arma al individuo y vacié el resto del cargador sobre su torso y
cabeza, dejando el cuerpo hecho un queso.
Solté el arma y
salí corriendo hasta llegar a Ashley, que se había desplomado sobre el lateral
de un pequeño Fiat. No dudé en llamar a una ambulancia, pero me dijeron que
tardarían diez minutos en llegar, y no podía permitir que Ashley se desangrase
en mis brazos sin yo poder hacer nada. La levanté en peso y corrí hacia mi
coche, sentándola a ella en el asiento del copiloto y yo iniciando la marcha lo
más rápido que podía. Saltándome los semáforos y los ceda al paso, vi en el GPS
del Aston Martin que el hospital estaba en la otra punta de la ciudad, y que la
salida más rápida era la autopista. Sin vacilar, puse el motor a doscientos
cincuenta por hora y puse rumbo al hospital. No podía permitir que la mujer a
la que le acababa de pedir matrimonio muriese desangrada sin hacer nada.
***
Pasaban las horas y
yo me estaba muriendo a cada segundo. No salía nadie a decirme nada, y no podía
entrar para ver como estaba. ¿Por qué tenía que suceder eso? Era nuestra noche
perfecta, y por culpa de aquel desgraciado me iba a quedar sin la mujer de mi
vida. Todo se iba a acabar, por no darle el jodido bolso. No podía parar de
llorar y llorar. Rezaba todo lo que recordaba para que pudiese sobrevivir. La
espera me desesperaba, y un mal presentimiento inundaba mi mente y mi corazón.
No podía acabar así, no de esa forma. Teníamos toda una vida por delante, un
futuro que labrar juntos, una familia que cuidar y amar, unos hijos a los que
adorar y enseñar lo bello que es vivir.
Al cabo de tres
horas y media, salió un médico preguntando por mí, pero no hizo falta que me
dijese nada, su rostro lo expresó todo.
-¿Es usted el
marido? -me preguntó con algo de miedo.
-Su futuro
esposo... Hoy me dio el “sí, quiero” -comenzaba a derrumbarme por dentro y las
lágrimas cada vez brotaban más y más fuerte.
-Verá... Su futura
esposa... -intentó mirarme a la cara, tragando saliva- Ha fallecido...
-No... No puede
ser... -caí de rodillas al suelo, soltando un grito desgarrador por el dolor
que inundaba mi cuerpo.
-Lo siento... Había
perdido mucha sangre y la bala le atravesó varias arterias y el intestino. No
pudimos hacer mucho. Conseguimos extraerle la bala, pero la sangre no paraba de
brotar. Conseguimos parar la hemorragia, e intentamos inyectarle sangre para
ver si podíamos estabilizarla, pero ya era demasiado tarde. Ni con las palas
desfibriladoras pudimos traerla de vuelta... Lo siento -el médico también
derramó alguna que otra lágrima al verme tan derrotado.
-¡Ashley! -grité
con todas mis fuerzas apretando con ira los puños.
-Hay algo más, pero
no quiero amargarle más la noche.
-¡¿Cómo que hay
más?! –le miré con los ojos inundados en un mar de lágrimas.
-Verá, su mujer...
Estaba embarazada de varias semanas. No sé si eso lo sabía, pero en el caso de
que no fuese así, lamento tener que decírselo... –no pudo contener las
lágrimas, comenzando a llorar conmigo.
Tras oír aquellas
palabras, sentí como un puñal se atravesase el corazón y se retorciese. Sentí
como si mi alma quisiese salir de mi cuerpo. Comencé a quedarme sin oxígeno,
con un pulso más que acelerado, desplomándome por completo en el suelo. El
médico empezó a hacerme las reanimaciones, pero era algo casi imposible. Cada
segundo que pasaba, con cada bocanada de aire que tomaba, notaba como me iba
quedando sin fuerzas. Pude oír como la muerte se reía de mí y afilaba su larga
guadaña. El último soplo de mi alma repitió su nombre antes de que todo se
volviese negro. Un infarto fulminante finiquitó la que hubiese sido “nuestra
noche”. Lo que más me dolió, fue que no pude despedirme de ella. No pude
decirle un último “te amo” ni darle un último beso. Todo acabó en un suspiro y
un susurro, su nombre: Ashley.
“Cuando creemos que todo va bien, siempre hay algo que
puede salir mal. No esperes para decirle a alguien lo que sientes, porque nunca
sabes cuando va a ser la última vez que veas a tus seres queridos. Aprovecha al
máximo el tiempo que pasas con esa persona tan especial para ti, dedícale
siempre tu mejor sonrisa y fírmala con tu mejor beso o caricia. No te calles
nunca un “Te amo” o un “Te quiero”. Siempre se agradece escucharlo y sentirlo.
Porque no hay mayor felicidad, que la que te brinda un amor correspondido”
-Éxort-