Una
gran llanura verde nos separa del enemigo. El viento sopla a nuestro favor, la
lluvia cae con fuerza sobre nuestras cabezas, empapando nuestros ropajes. La
sed de sangre está presente en todos nosotros. El rey ha dictado su sentencia
de muerte al intentar conquistar nuestra región, al arrasar nuestro pueblo y
matar a nuestros seres queridos mientras nosotros arrasábamos con los templos e
iglesias de las tierras que acabábamos de descubrir. Una estrategia muy bien
planificada, para ser del rey de las tierras del sur. Aquí estamos todos los
supervivientes, con las pocas fuerzas que nos quedan, y con las armas afiladas.
La fila de escudos se sitúa justo delante de mí, dejándome el espacio justo
para ver donde clavar el hacha. Miro a Boroth, el dirigente del grupo y un
hermano para mí. Se puede palpar el odio en cada centímetro de su piel. Sus
ojos estaban llenos de sangre y lágrimas derramadas por un amor que le fue
arrebatado en aquel asalto. Me mira y asiente, confirmando que estamos
preparados para devolver el golpe. Con un hacha en la mano izquierda, y una
espada en la derecha, respiro profundamente y cierro los ojos, rezándole a
Odín, padre de todos y a Tyr, para que me den fuerzas en la batalla y asegure
nuestra victoria. No tengo nada por lo que luchar, salvo por los camaradas
muertos en el pueblo. No tenía nadie que esperase en casa mi regreso, no tenía
nadie a quien amar, salvo al tabernero. Y este está ahora a mi derecha, con un
hacha a dos manos algo mellada, y que el hacha en sí, era tres cuartas partes
de su cuerpo en dimensiones, y él mide más de dos metros. Él lo perdió todo: su
negocio, su mujer y todos sus barriles de hidromiel. Eso es imperdonable.
-¡Preparaos
hermanos! ¡Hoy los dioses tienen los ojos puestos en nosotros! ¡Tenemos que
honrar a nuestros hermanos y hermanas caídos en la emboscada! –gritó Boroth,
interrumpiendo mis rezos-. Hoy los dioses beberán a nuestra salud...
¡Berserkers, preparaos! ¡Demostradle a esos cristianos lo que es el miedo!
¡Pongamos a prueba a su falso dios! –continuó mientras se ríe a carcajadas.
Todo
estaba listo. Yo, como buen berserker, preparé mi mente y mi cuerpo para la
batalla que iba a acontecer. Crují los huesos de mi cuello y hombros, quedando
completamente preparado. Miro a mi alrededor y están todos preparados: los
escudos alzados en el frente, los arqueros incendiando las flechas y nosotros
listos para cargar. De repente, suena el cuerno de batalla. La batalla iba a
comenzar. Ya no hay vuelta a atrás. Al otro lado de la llanura, también se oye
un cuerno sonar, pero con un sonido más agudo. El metal de las armaduras
enemigas se oye a distancia, pero eso no nos achanta. Seguimos firmes y
preparados, esperando el momento de la colisión. A lo lejos, se ve el rey a
lomos de su caballo, armado hasta los dientes. Él no participa en la batalla,
pero haremos que sufra como si estuviese en medio de la matanza.
-¡Arqueros,
apuntad! ¡Esperad a la señal de los dioses! –dijo Boroth.
-¡Thor, hijo de
Odín, azota con tu martillo los cielos y descarga toda tu ira! –grité mirando
al cielo.
El
tensar de las cuerdas de los arcos, hace que me ruborice completamente. Alzo la
vista al cielo y veo como las negras nubes descargan su ira sobre nosotros. Al
poco de observar, se oye el rugir de un trueno y, a continuación, justo al
frente, cae un rayo fulminando a una pequeña parte del ejército enemigo. Tras
ver ese violento impacto, oigo el silbido de las flechas atravesando el cielo
y, como si de una lluvia intensa se tratase, vi grandes bolas de fuego caer
sobre los soldados del rey. Muchos caen en el acto, pero otros cientos siguen
su carrera, gritando y cargando con todo su potencial. No tenemos suficientes
hombres como para aguantar el impacto. Nos duplican en número. Nosotros pudimos
reunir a doscientos hombres para esta batalla, y el rey disponía de más de seiscientos.
Estábamos en una clara desventaja. Miro a Botorh, y él sólo sonríe y asiente.
Volvió la vista al frente y alzó su claymor en señal de ataque, dándonos el
visto bueno para asestar nuestro golpe. Somos diez los que nos preparamos para
la carrera. Yo, antes de salir, me tomé las hierbas que me había dado el chamán
antes de venir al campo de batalla. Me dijo que aliviarían mi dolor e incrementarían
mi fuerza. Tras tomármelas, sentí como mi respiración se agitada, mi corazón
latía con más fuerza y mis músculos se fortalecían. Sonreí y, en un arrebato de
ira, cargué contra el enemigo, hacha y espada en mano, saltando por encima de
la línea de escudos al grito de “Por los dioses”. Ahora todo dependía de mí y
de mi destreza con las armas. Tras de mí, escucho como los otros Berserkers me
siguen, gritando con rabia y euforia, consiguiendo que las tropas enemigas
parasen la carrera, llegando incluso a retroceder. La lluvia seguía cayendo,
golpeando mi torso desnudo, la falda de cuero me permitía un mayor movimiento,
y mi larga melena golpeaba mi espalda. Veo como todo el ejército enemigo se
planta en el sitio y comienza a retroceder, lentamente, observándonos. Puedo palpar
el miedo en el ambiente. La carrera en la llanura se me hace eterna pero
pronto, alcanzo al enemigo. Justo delante de mí, veo una gran piedra que me
puede servir de impulso para saltar por encima de las cabezas de los soldados
del rey, y no tengo tiempo para pensarlo. Doy un último acelerón hacia la
piedra y, en un salto, apoyo una de mis piernas en el pedrusco y me vuelvo a
impulsar en un gran salto, dejando el suelo bastante lejos. En un instante, lo vi
todo lento. Era como si el tiempo hubiese hecho una leve pausa, permitiéndome
ver directamente a los ojos al grupo de soldados sobre los que iba a aterrizar.
En un abrir y cerrar de ojos, caigo con todo el peso de mi cuerpo sobre las
cabezas de aquellos cristianos, partiéndoles el cuello y costillas a tres o
cuatro. Aprovechando la caída, me abalanzo sobre los que están delante de mi,
hacha en mano, comenzando un decapitamiento masivo. Los gritos de dolor de los
soldados formaba una dulce melodía en el campo de batalla. Puedo escuchar los
gritos de mis hermanos por encima del resto de voces. En un segundo de pausa,
miro a mi alrededor y veo como ya nuestras tropas han entrado en batalla y, el
resto de Berserkers abriendo hueco entre las tropas enemigas para intentar
llegar al rey. Vuelvo la vista al frente y continuo con la matanza. Esquivo
lanzadas, corto brazos y piernas, rompo escudos con el hacha de un golpe e
inserto la espada en el cuello de una sola tajada. La sangre del enemigo baña
mi cuerpo, pero eso sólo hace que tenga más sed de sangre, más ansias de
muerte. Es tanto el subidón que tengo, que incluso me he empalmado. Con toda la
ira que tengo, me abalanzo sobre las últimas líneas que quedan antes de llegar
a los caballeros que escoltaban al rey. Pero son demasiados hombres. Tengo que
frenar mi carrera y esperar un poco a que mis hermanos lleguen hasta mí y me
ayuden a avanzar. Bloqueé estocadas mortales que iban directos a mis camaradas,
y estos contraatacaban y aniquilaban al enemigo. Nos protegíamos mutuamente,
pero tengo que tener cuidado. El efecto de aquellas hierbas está haciendo que
pierda el control de mi cuerpo. En más de una ocasión tengo que frenar un golpe
para no matar a los míos. Detrás de mí, noto un golpe en el hombro y a los
pocos segundos veo como Boroth me adelanta, sonriente, asaltando a los que se
le ponen por delante. No me voy a quedar quito observando. Le sigo e imito.
Pateo un escudo, haciendo caer al suelo a su portador, y tras insertarle mi
espada en el pecho, le reviento la cabeza de un pisotón. La lluvia cae cada vez
más intensa, y los truenos comienzan a hacerse notar en la lejanía. Thor está
de buen humor, y eso es bueno para nosotros. Hay que seguir con el avance. Poco
a poco veo como las tropas enemigas intentan retroceder, pero les es inútil, ya
que logramos alcanzarles antes de que diesen más de dos pasos. Veo como muchos
de nosotros caen en el campo de batalla, siendo atravesados por lanzas y
espadas. Ya sólo quedamos tres Berserkers: Boroth, Harald y yo. Pero eso no nos
detiene. A pesar de las múltiples bajas, seguimos avanzando y aniquilando todo
lo que se pone en nuestro camino. Al fin, logro ver un hueco por el cual llegar
al rey. Me zafo de dos rivales, cortándoles los tendones de detrás de las
rodillas y avanzo corriendo hacia el rey. Pero algo me sorprende, el también
comienza a venir hacia mí. Él y todos los caballeros que le custodiaban. Ahora
deseaba más que nunca que no me fallasen los dioses. Miré al frente y, tras
unos segundos, salté hacia el frente, asestando un hachazo en las patas del
caballo. Calculé mal. Tras romperle las articulaciones al caballo del rey, el
torso de otro caballo me golpea de frente, catapultándome hacia detrás. Noto
como el caballo que me embistió cae conmigo al suelo, aplastándome el pecho
contra el suelo y haciendo que su jinete salga despedido. Ahora estoy mareado y
con problemas para respirar durante varios segundos. Oigo como los caballos
relinchan y los gritos de mis aliados
se alzan al cielo. Me incorporo y en un rápido vistazo, veo el panorama.
Muchos están cayendo a manos de los caballeros, pero otros tantos consiguen
tumbar a los caballos y acabar con sus jinetes. Al mirar al frente, veo al rey
en pie, quitándose su gran capa roja, dejando ver su gran armadura de metal.
Pero eso no me intimida. Le miro fijamente a los ojos y me pongo de pie, a
duras penas por el mareo del impacto. Al lado del rey, se alza un caballero,
aún más alto, con la armadura destrozada y con el rostro ensangrentado. Era de
mi estatura o incluso más alto que yo. En medio del análisis, vuelvo a sentir
ese golpe en el hombro y, la figura de Boroth aparece por mi izquierda,
sonriendo y con el torso completamente ensangrentado y lleno de cortes. Ambos
fijamos la vista al frente y respiramos.
-El rey es
mío... –dijo el líder, relamiéndose.
-Hecho. El
grandullón es mío. Pero guárdame algo del rey, quiero saborear su sangre y
amputarle alguna extremidad... –reí y me abalancé sobre mi “gran enemigo”.
Sin decir nada más, comenzó una ardua batalla por parejas. Antes de llegar a mi rival, le miro fijamente y sin decir ninguna palabra, ambos soltamos las armas en el suelo. Apreté mis puños con fuerza y solté un puñetazo a su abdomen. Le hice retroceder por el golpe, pero al mismo tiempo me hice daño. Era bastante fuerte, pero no lo suficiente. Sigo asestándole golpes y él hace lo propio conmigo. Parecía un baile en vez de una pelea. Ninguno retrocede, recibiendo el impacto directo de los golpes del otro. Cada vez me canso más y más, pero no paro de golpear. En algún momento este grandullón bajará la guardia y será el momento para asestarle el golpe final. De un golpe en el costado, oigo como se rompen varias de mis costillas, lo cual me hace dar un paso atrás. Él lo aprovecha para intentar encajarme otro golpe en el otro costado, pero veo el movimiento antes de que lo ejecute y me adelanto, dándole un cabezazo en el pecho. Veo como retrocede y pierde el equilibrio, quedándose con las ganas de darme el puñetazo en el otro costado. Tengo que aprovecharlo y lo hago. Salto contra él y le propino un codazo en la parte alta de la cabeza, consiguiendo que cayese de rodillas al suelo. El sonido de su cráneo rompiéndose es la señal de que está acabado. Agarré con ambas manos su cabeza y, de un rodillazo en la cara, le termino de romper el cráneo. Noté como mi rodilla hacía puré todo lo que había dentro de su cabeza. Dejé caer su cuerpo chorreante de sangre al suelo y cogí aire. Miré a mi compañero y ya tenía al rey desarmado en el suelo, suplicando clemencia. Pero en un instante, veo como se le acerca un soldado por la espalda con la intención de apuñalarle mientras está distraído. No me da tiempo de coger el hacha, así que corro hasta él y me abalanzo sobre el soltado, recibiendo la puñalada en el vientre y tumbando a dicho soldado conmigo. El dolor es intenso. Las hierbas ya no hacían efecto en mí. Todo el dolor de la puñalada se intensificaba. Noto como el frío acero se mueve dentro de mis entrañas. Con un último esfuerzo, reviento la cabeza del soldado a cabezazos mientras este remueve la espada en mi vientre, haciendo que me desangre. Me desplomo en el suelo, boca arriba, y oigo el grito de dolor del rey. Hemos ganado. Ladeo la cabeza y veo como Boroth le amputa la cabeza al rey y la lanza al medio de la batalla. Tras esto, corre hasta mí, soltando su espada por el camino.
-¡Thorsteinn! ¡Hermano! –levantó mi cabeza con las manos y observó la espada clavada en mi vientre-. ¿Por qué has hecho eso?
-Porque los dioses me lo dijeron, sin decir palabra... –comencé a expulsar sangre por la boca-. Boroth... Hermano... –le agarré por el cogote y uní ambas frentes-. No llores mi muerte. Habéis ganado y tenéis que festejarlo...
-Maldito idiota... –soltó una leve carcajada-. Tú también has ganado esta batalla... –miró a su alrededor y yo le imité más torpe, pero lo hice Puedo ver como, tras una dura y sangrienta batalla, nuestro batallón ha acabado con el ejército del rey-. Hemos luchado en mil batallas juntos, y te vienes a morir en la última... Serás desgraciado... –continúa riéndose.
-Lo mejor siempre viene al final... –río como puedo, ahogándome con mi propia sangre-. Me voy al Valhalla con Odín y las valkirias... Espero verte por allí...
-Descuida hermano, disfruta del néctar de los dioses... –se ve que quiso llorar, pero no lo hizo. Sólo sonríe y vuelve a apoyar su frente en la mía-. Saluda a mi familia de mi parte... –comenzó a reír, pero de una forma más pausada, aguantando las lágrimas.
-Te estaremos esperando...
Siento como todo se va oscureciendo. Cada vez respiro más lento y pausado, la sangre baña lo que queda de mi cuerpo y hace que se me obstruya la garganta. Cierro los ojos y sonrío, soltando una última carcajada antes de perder el conocimiento. El frío se apodera de mi cuerpo. Yace ya muerto en el suelo y un soplo de aire hace que deje de ver y oír. Tras todo lo que he vivido, por fin ha llegado mi final, y que mejor forma de hacerlo que en el campo de batalla, junto a mis hermanos y hermanas. Ahora encomendaré mi alma a las Valkirias, y daré gracias por dejarme vivir para luchar en la última batalla.