Aún recuerdo esa sensación de desprecio, odio, rencor… De
dolor. Tras tantos años con una persona, terminas descubriendo que la mitad de
las cosas que viviste, no eran más que una falsa, pura mentira. Cuando alguien
traiciona tu confianza de una forma tan vil, hace que te plantees mil y una dudas.
Aquellas inseguridades y miedos que habías conseguido enterrar junto a dicha persona,
vuelven a aflorar en tu mente y en lo poco que queda de tu despedazado corazón.
Después de largas
noches en vela desde aquel fatídico día en el que el amor se tornó negro para
mí, conseguí levantarme de la cama a duras penas para intentar llegar hasta la
cocina. Llevaba varios días sin comer, lo cual hacía que mi cuerpo no
respondiese tal y como lo recordaba. La vista borrosa, mareos constantes y una
extraña sensación de ansiedad me acompañaban en este despertar. Traté de
ponerme de pie desde la cama, pero las rodillas no me respondían. Caí en peso
contra el suelo, de costado, rebotando contra la cama. Vislumbré el móvil a un
par de centímetros de mí y lo cogí. ¿Cuánto tiempo llevaba encerrado en aquella
lúgubre y desordenada habitación? El móvil decía que era martes 27 de diciembre.
Cuando tenía consciencia creo recordar que era 21. ¿Llevaba seis días tirado en
aquella cama sin comer y dándole mil vueltas a todo lo que sucedió? Traté de
enfocar bien la pantalla para ver si tenía algún mensaje o alguna llamada, pero
por suerte o por desgracia para mí, no tenía nada más que un SMS del banco
diciendo que me habían cancelado la tarjeta por falta de pago. Podría morirme
aquí y ahora que nadie se enteraría hasta meses después, cuando el hedor de mi cuerpo
inerte inundase el patio del edificio. Tras estar un rato tratando de volver a
sentir mi cuerpo y que este me respondiese, me logré poner a duras penas en
pie, comenzando a caminar hacia el pasillo. Al fondo del mismo estaba ubicado
el salón, que estaba conectado directamente con la cocina. A medida que iba
avanzando por el estrecho pasillo, veía restos de mi frustración y cólera.
Cuadros rotos, arañazos en las paredes, pedazos de fotos desmenuzadas… No
recordaba haber hecho todo eso. Llegué al salón y el panorama era el mismo. La
tele de plasma había sido atravesada por el palo de la escoba, algunos jarrones
rotos por el suelo y prendas de vestir, no sabía si de hombre o de mujer, pero
había mucha ropa tirada por todos lados. Me acerqué a la cocina y miré la hora
en el reloj de la pared. Las cuatro de la mañana. Sabía que era de madrugada
porque estaban todas las luces de la casa encendidas y las persianas bajadas, y
porque lo vi en el móvil anteriormente. Me encontraba fatídico, necesitaba
tomarme urgentemente la medicación. Tenía una anemia avanzada y, si no me tomaba
las pastillas, mi cuerpo podría empezar a fallar fatídicamente. Estaba todo tan
desordenador que no lograba encontrar el botito de las pastillas. Desesperado
abrí la nevera y sólo había bourbon y cerveza. Tosí levemente y me asusté al
ver que salió un líquido negruzco y espeso. ¿Qué coño era eso? Tenía que darme
prisa y encontrar la medicación. Me puse a rebuscar por todos lados con el
móvil en la mano, como si estuviese esperando la llamada o mensaje de alguien
después de tanto tiempo. Una fuerte
punzada de dolor en la zona del corazón me dejó doblado en el suelo, sin poder
moverme casi. ¿Era así como iba a terminar mi vida? Después de haber sido una
persona buena, amable y educada con todo el mundo, ¿ahora me esperaba una
muerte por anemia y a saber que otras cosas más, y en la soledad de mi piso?
Desbloqueé el móvil de nuevo y entré en la aplicación del Facetime y pinché en
el primer contacto que vi. La vista empezaba a nublarse de nuevo y un mareo
intenso se apoderaba de mí. El teléfono aún sonaba y yo, en un último esfuerzo,
me incorporo un poco en el sitio, quedándome sentado en el suelo con la espalda
apoyada en la nevera.
-Vamos, por… Favor… -tartamudeé-. Responde, quien quiera que
seas…
El teléfono seguía sonando y sonando sin respuesta. El brazo
izquierdo empezó a dolerme también, con demasiada intensidad. La punzada en el
corazón no cesaba. Encogí el brazo izquierdo y dejé el derecho bobo en el
suelo, con la pantalla del móvil apuntándome a la cara. La ansiedad se
apoderaba de mí y la falta de oxígeno comenzaba a dejarme medio inconsciente.
En un instante, un pinchazo de nuevo en el corazón hace que grite de dolor y
que me empiece a salir espuma blanca por la boca. ¿Un infarto? ¿Qué podía hacer
para tratar de evitarlo? Los nervios eran cada vez más intensos y, en un último
vistazo a la pantalla, vi un rostro pálido. No lograba ver quien era, pero sí
que pude identificar la voz de aquella persona que parecía estar gritando de
miedo. Era…
No hay comentarios:
Publicar un comentario