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jueves, 10 de octubre de 2019

Apogeo


Aún recuerdo esa sensación de desprecio, odio, rencor… De dolor. Tras tantos años con una persona, terminas descubriendo que la mitad de las cosas que viviste, no eran más que una falsa, pura mentira. Cuando alguien traiciona tu confianza de una forma tan vil, hace que te plantees mil y una dudas. Aquellas inseguridades y miedos que habías conseguido enterrar junto a dicha persona, vuelven a aflorar en tu mente y en lo poco que queda de tu despedazado corazón.

 Después de largas noches en vela desde aquel fatídico día en el que el amor se tornó negro para mí, conseguí levantarme de la cama a duras penas para intentar llegar hasta la cocina. Llevaba varios días sin comer, lo cual hacía que mi cuerpo no respondiese tal y como lo recordaba. La vista borrosa, mareos constantes y una extraña sensación de ansiedad me acompañaban en este despertar. Traté de ponerme de pie desde la cama, pero las rodillas no me respondían. Caí en peso contra el suelo, de costado, rebotando contra la cama. Vislumbré el móvil a un par de centímetros de mí y lo cogí. ¿Cuánto tiempo llevaba encerrado en aquella lúgubre y desordenada habitación? El móvil decía que era martes 27 de diciembre. Cuando tenía consciencia creo recordar que era 21. ¿Llevaba seis días tirado en aquella cama sin comer y dándole mil vueltas a todo lo que sucedió? Traté de enfocar bien la pantalla para ver si tenía algún mensaje o alguna llamada, pero por suerte o por desgracia para mí, no tenía nada más que un SMS del banco diciendo que me habían cancelado la tarjeta por falta de pago. Podría morirme aquí y ahora que nadie se enteraría hasta meses después, cuando el hedor de mi cuerpo inerte inundase el patio del edificio. Tras estar un rato tratando de volver a sentir mi cuerpo y que este me respondiese, me logré poner a duras penas en pie, comenzando a caminar hacia el pasillo. Al fondo del mismo estaba ubicado el salón, que estaba conectado directamente con la cocina. A medida que iba avanzando por el estrecho pasillo, veía restos de mi frustración y cólera. Cuadros rotos, arañazos en las paredes, pedazos de fotos desmenuzadas… No recordaba haber hecho todo eso. Llegué al salón y el panorama era el mismo. La tele de plasma había sido atravesada por el palo de la escoba, algunos jarrones rotos por el suelo y prendas de vestir, no sabía si de hombre o de mujer, pero había mucha ropa tirada por todos lados. Me acerqué a la cocina y miré la hora en el reloj de la pared. Las cuatro de la mañana. Sabía que era de madrugada porque estaban todas las luces de la casa encendidas y las persianas bajadas, y porque lo vi en el móvil anteriormente. Me encontraba fatídico, necesitaba tomarme urgentemente la medicación. Tenía una anemia avanzada y, si no me tomaba las pastillas, mi cuerpo podría empezar a fallar fatídicamente. Estaba todo tan desordenador que no lograba encontrar el botito de las pastillas. Desesperado abrí la nevera y sólo había bourbon y cerveza. Tosí levemente y me asusté al ver que salió un líquido negruzco y espeso. ¿Qué coño era eso? Tenía que darme prisa y encontrar la medicación. Me puse a rebuscar por todos lados con el móvil en la mano, como si estuviese esperando la llamada o mensaje de alguien después de tanto tiempo.  Una fuerte punzada de dolor en la zona del corazón me dejó doblado en el suelo, sin poder moverme casi. ¿Era así como iba a terminar mi vida? Después de haber sido una persona buena, amable y educada con todo el mundo, ¿ahora me esperaba una muerte por anemia y a saber que otras cosas más, y en la soledad de mi piso? Desbloqueé el móvil de nuevo y entré en la aplicación del Facetime y pinché en el primer contacto que vi. La vista empezaba a nublarse de nuevo y un mareo intenso se apoderaba de mí. El teléfono aún sonaba y yo, en un último esfuerzo, me incorporo un poco en el sitio, quedándome sentado en el suelo con la espalda apoyada en la nevera.

-Vamos, por… Favor… -tartamudeé-. Responde, quien quiera que seas…

El teléfono seguía sonando y sonando sin respuesta. El brazo izquierdo empezó a dolerme también, con demasiada intensidad. La punzada en el corazón no cesaba. Encogí el brazo izquierdo y dejé el derecho bobo en el suelo, con la pantalla del móvil apuntándome a la cara. La ansiedad se apoderaba de mí y la falta de oxígeno comenzaba a dejarme medio inconsciente. En un instante, un pinchazo de nuevo en el corazón hace que grite de dolor y que me empiece a salir espuma blanca por la boca. ¿Un infarto? ¿Qué podía hacer para tratar de evitarlo? Los nervios eran cada vez más intensos y, en un último vistazo a la pantalla, vi un rostro pálido. No lograba ver quien era, pero sí que pude identificar la voz de aquella persona que parecía estar gritando de miedo. Era…

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